Interpretación de los sueños

Película que alterna diferentes aspectos que se entrelazan entre sí porque están todos ellos unidos a un solo individuo, un joven que se traslada de esa casa en el lago de un lugar de provincias a una Viena a las puertas del nazismo, a una Austria más colaboracionista que invadida, y donde trabajará como aprendiz en un estanco.

Nikolaus Leytner, desde la pulcritud, huye de mostrar en profundidad un tiempo de cambios y pasea la cámara entre la ciudadanía, en el cambio de la diversión inocente por el temor, intercalando personajes que se posicionan a uno u otro lado de la situación, y desarrollando una historia de aprendizaje juvenil, de amores en los malos tiempos, de figura relevante como el mismísimo Sigmund Freud –papel a cargo del gran Bruno Ganz, en un trabajo póstumo que desarrolla desde el cansancio–, que aconseja al muchacho en su despertar de la libido, como también hace el estanquero frente a su oficio y en torno a la condición humana.

Pese a que El vendedor de tabaco lo sugiere todo, se queda en la superficie, lo enmarca dentro de un estado personal, de ese enamoramiento, de la amistad, de la conexión epistolar con la madre, de la toma de conciencia con lo que sucede y la rebeldía en torno a la injusticia. Se tejen sueños e interpretaciones, y se convierten en imágenes como también muestra lo que el joven desearía hacer, y lo que en realidad hace. Ahí está ese tejido que alimenta e intenta enriquecer una película que tal vez en su intento de abarcar el preciosismo de algunas imágenes con momentos trágicos llenos de vileza, se disuelve como el humo de un cigarro habano, o como el amor cuando se va difuminando y perdiendo para siempre.