Bajo el iceberg

Existen películas modestas que no se apoyan en campañas publicitarias ni en discursos fáciles. La (des)educación de Cameron Post es una de ellas. No está planteada para que juzguemos, sino para dejar de juzgar, de interferir en las vidas de adolescentes que en su laberinto afectivo son lo que son, no lo que los demás quieren que sean. La directora Desiree Akhavan lleva a cabo una película honesta, realista y sin artificios sobre las heridas morales que los adultos pueden infligir a la personalidad de cada uno de los personajes que se ven internados en una institución cristiana para rehacer su conducta sexual, para horadar su resistencia a ser de otro modo que el que dicta su propia naturaleza. Son los años noventa en Estados Unidos, cuando Clinton fue elegido presidente abriendo un halo de esperanza, halo que en estos tiempos parece haberse difuminado, y tal vez por ello sea esta una película necesaria. La protagonista, una joven de secundaria, es recluida en un centro donde la psicología forma parte de esa reeducación, y que no logra más que acentuar las dudas y quebrar los sentimientos. La terapia no prospera ni con Dios de su lado, porque existe algo tan sencillo como uno mismo, aunque se intenten romper sus estados emocionales a cambio de convertirse en lo que los mayores en su equivocación más rotunda pretenden que sean, y precisamente esos errores son la clave para no dejarse domesticar, como seres libres que son. La (des)educación de Cameron Post muestra lo íntimo y lo emocional con seriedad para poner de manifiesto algo que todavía hay gente reaccionaria que no entiende, que lo natural no es lo que ellos creen, sino lo contrario.