CRÍTICADECINE
Yo soy el bien y el mal
País: Francia. 2018.
Dirección: Jean-François Richet.
Duración: 112 minutos.
Cine: Screenbox Funatic.
Pero lo más importante, lo realmente sorprendente, es que Vidocq se alió con la ley, se convirtió en un cazador de miserables, y que al conocer métodos y conductas criminales, logró convertirse en el primer director de la Seguridad Nacional.
En cine, Douglas Sirk utilizó su figura para la película Escándalo en París, y George Sanders le puso elegancia a la figura de Vidocq en 1946; en el 2001, Pitof, un experto en imaginería y en efectos especiales firmó una ficción donde el detective Vidocq protagonizado por Gérard Depardieu se enfrentaba a fuerzas inexplicables, logrando un divertimento, pero lejano a una revisión seria sobre su figura.
Y es con Jean-François Richet, con holgura de medios, que llega El emperador de París, con Vincent Cassel dando vida a ese villano reconvertido en cazador de delincuentes peligrosos.
La ambientación de ese París mísero que contrasta con el palaciego es solvente, pero Richet tiene fundamentalmente la intención del entretenimiento, desmarcándose del detalle para centrarse en la acción, en la violencia que destila buena parte de la película en una época convulsa donde las bandas tejían el mapa caótico de la ciudad.
Curiosamente, Richet muestra aquí a otro personaje tan interesante o más que el propio Vidocq, y ese no es otro que Joseph Fouché, un ser de inteligencia tan extrema como su oscura personalidad, –recomendable la biografía de éste político francés escrita por Stefan Zweig– pero que aquí queda desdibujado en beneficio de la acción, tal cual este Vidocq, que es en lo que en ocasiones se convierten figuras legendarias, sombras de sí mismos.