Una aventura de amor

No es esta una película fácil, requiere admirarla desde su vocación de historia de profundo sentimiento afectado, de una dulzura extrema entre lo más crudo del invierno en un tiempo distópico, en el que la relación entre un padre y su joven hija ha de ser ceñida, fuerte, inseparable, dada la situación del mundo hostil que les rodea.

La luz de mi vida, film en el que el estimable Casey Affleck ejerce de casi todo, director, guionista y actor, es una historia de supervivencia, como lo era la magnífica La carretera, dirigida por John Hillcoat, basada en la novela homónima de Cormac McCarthy, en la que un padre y un hijo buscaban un lugar para vivir lejos del caos que les rodeaba. Existen ciertos vínculos entre ambas películas, en el aprendizaje y el espíritu de protección, en los peligros a los que se enfrentan, a esa relación en ocasiones difícil entre un adulto y alguien que no tuvo una infancia como debiera, a esa huida hacia delante que arrastra pena y congoja a través de los recuerdos de otros tiempos mejores.

En La luz de mi vida una pandemia ha acabado con las mujeres, y un mundo de hombres brutal, amenazante y violento marca cada paso que se da.

Caleb y Rag cruzan bosques frondosos y húmedos, se retiran de los lugares habitados, se crea un instinto extremo, una desconfianza hacia cualquier presencia, y así hasta encontrar refugios efímeros, siempre con la sensación de quedar expuestos a la barbarie.

Pero existe una profundidad en este trabajo despojado de artificios, que se mueve entre lo minimalista, que se hace pausado y reflexivo y entra dentro del ánimo de un hombre que hace lo que puede para que su hija conozca las cosas elementales de la vida, que pueda discernir sobre lo moral, sobre lo que representa ser quien es, una lucha interior que en ocasiones lo deja indefenso, sin poder evitar su tristeza, porque el mundo que habitan no promete ser mejor, que es y será igual o peor, y porque el tiempo pasado, cuando eran una familia, cuando todo era una aventura de amor, ya no existe.

Ese plano con mínima luz de ambos personajes en la tienda de campaña, en el que Caleb se reinventa la historia del Arca de Noé para convertirla en un cuento maravilloso de una pareja de zorros junto a su hija, inteligente, incisiva y especial –extraordinaria la niña Anna Pniowsky–, en una escena sencilla que dura casi un cuarto de hora, puede parecerles incluso aburrida, pero ahí palpita el alma de este sobrio trabajo, en esos momentos de una paz que difícilmente encontrarán entre el frío, la nieve y los hombres.