Robar al ladrón

En el vocabulario popular argentino, un “gil” es una persona inocente, fácil de engañar, bastante tonto, y la película de Sebastián Borensztein nos muestra un nutrido grupo de ellos, bienintencionados y confiados sin saber lo que se les venía encima. En el año 2000, a un servidor le pilló de lleno el famoso ‘corralito’ en Buenos Aires y créanme, un país paralizado, estafado y arruinado, salvo los caraduras de siempre que siempre pescan en aguas turbias, resulta algo terrible, difícil de digerir.

Basada en la novela de Eduardo Sacheri La noche de la Usina, esta película con sello argentino hasta la médula nos remite al drama contado en tono de comedia coral de una villanía llevada a cabo en Alsina, una pequeña población de la provincia de Buenos Aires donde un grupo de trabajadores quisieron volver a reabrir una empresa a modo de cooperativa y para ello unieron esfuerzos y los ahorros de toda una vida que entregaron al banco justo antes de la gran hecatombe. Fueron miles de dólares que se apropió un abogado aprovechando la información de primera mano de un empleado del susodicho banco. Y es en la indefensión, en la certeza de haber sido unos verdaderos “giles”, donde nace una película que recuerda a los grandes trabajos del cine argentino, esos que reflejaban sentimientos y voluntades de gente sencilla que, ante la adversidad, se unían y formaban un equipo para recuperar lo perdido y, de paso, para dar una lección moral a los que no la tienen. Sebatián Borensztein, director de la celebrada Un cuento chino, reúne en La odisea de los giles un reparto de primer nivel con Ricardo Darín a la cabeza en un rol sin florituras, que no sigue los patrones de sus últimos trabajos. Lo coloca a ras de suelo junto a los demás, debiendo de sobrellevar una tragedia personal y a su vez, colaborar en el propósito del grupo de robar a un ladrón. Junto a él, Chino Darín, unidos en esta película que también se enriquece de la aportación de Luis Brandoni, un grande, un actor sin fisuras, creíble, ácido, mordaz, en un papel de viejo anarquista con voluntad de joder al poderoso. Hay tipos con pocas luces, otros fieles peronistas, una veterana empresaria con un hijo con el que no sabe bien qué hacer, y así, formando un mosaico humano de una realidad argentina, de la cotidianidad de gente sencilla metida en una historia rocambolesca perfectamente tejida, de esas que recuerdan incluso aquel cine italiano de Mario Monicelli o al social de Héctor Olivera, donde los “giles” estaban cargados de mucha humanidad.