CRÍTICADECINE
Interpretar la vida
País: Francia, 2019.
Dirección: Hirokazu Koreeda.
Intérpretes: Catherine Deneuve, Juliette Binoche, Ethan Hawke.
Cine: Funatic.
Koreeda firma el guión, así que la estructura de su primera incursión en el cine europeo se la conoce. Aunque sin pretenderlo, me acude a la mente aquel director de fotografía coreano, intérprete de la película Un final made in Hollywood de Woody Allen, que no se enteraba de nada y más teniendo en cuenta que al director le sobrevino una ceguera durante todo el rodaje.
Lo cierto es que lo que resulta más destacable de todo esto es el oficio, con una Catherine Deneuve interpretando a una actriz diva como lo es en la vida real, no mostrando esfuerzo alguno porque lo lleva en el ADN; una Juliette Binoche que forma parte de lo mejor de otra generación en el rol de su hija; y de un Ethan Hawke como marido americano de Binoche acudiendo a una cita familiar en la cual se destaparán cariños y reproches a partes iguales.
La publicación de un libro de memorias cuyo título da nombre al film abrirá heridas sentimentales y morales, pero Koreeda no dramatiza, no convierte esa reunión en un desastre, no descalifica a la madre por mentir en su libro sino que forma parte de ese halo de disfrazar la verdad, de solapar intimidades, de enmascarar hechos que a la hija le duelen, como el obviar a la persona que cuidó de ella realmente, o al fiel asistente que mimó cada detalle en la vida de Fabienne, una mujer que resta a todo importancia porque la línea que separa la interpretación de la vida real se ha ido diluyendo con los años.
De por medio, un rodaje y los celos profesionales hacia una joven actriz ya reconocida; el matrimonio formado por Hank, el actor secundario y en proceso de dejar la bebida, y Lumir, que no es actriz como la madre sino guionista, tal vez por alejar fantasmas, y que tienen una hija pequeña que pone un punto de inocencia a una casa donde queda poca, mientras el primer marido de la gran señora del cine como el segundo pasan por el argumento de puntillas.
Algunas referencias sobre cine, muchas más sobre la educación sentimental, poca pimienta y algo de azúcar condimentan una película que se deja ver sin esfuerzo, pero que no aporta ninguna novedad a la sólida carrera del cineasta de origen japonés.