CRÍTICADECINE
Perversidad a todas horas
EL ORIGEN DEL MAL
Cuando Claude Chabrol dirigió La flor del mal ya aireaba secretos de familias burguesas de provincias como núcleo de una historia en la que las mujeres llevaban el peso sociológico de la misma con toques de mordacidad, amén de que Chabrol ha sido un director con alma de cirujano que diseccionaba a sus personajes con precisión. Sébastien Marnier, utilizando en ocasiones la fragmentación de la imagen, propone una trama en la que lo cruel aflora a cada paso, casi como un homenaje a aquel extraordinario realizador que entendía muy bien la condición humana y sus rincones más oscuros y, con buen pulso narrativo, sigue dentro de la tradición del interés, la falsedad, el desapego y el crimen como arrebato a un destino que bien podría suceder en cualquier momento, pero que entre giros argumentales y la violencia textual en cada frase, no se sabe de donde vendrá.El origen del mal es una historia en la que la mentira y el macabro juego de la suplantación entra dentro de un clan bien acomodado, pero absolutamente roto. Con el cabeza de familia asediado por los suyos, pero también culpable de una vida que ahora llama a su puerta para complicarlo todo aún más, si eso era posible.Choque de intereses y personalidades dignas de un psiquiátrico representan el drama a la perfección, pero es una figura en concreto, la de una supuesta hija, la que promueve y fabrica una tela de araña cada vez más siniestra.★★★★☆
La actriz Laure Calamy se adueña de todo el espacio, dobla su personalidad y la retuerce hasta puntos insospechados, y esa es la carta en la que la pugna entre seres ridículos unos, egoístas y malintencionados otros, queda eclipsada por una personalidad más perversa de lo que hubiesen podido imaginar.