CRÍTICADECINE
El que trae el fuego
De eso ya se encargó un envidioso y mediocre ser que lo llevó hasta una trampa vestida de proceso a puerta cerrada ante la duda de ser un científico poco fiable en eso de guardar secretos de estado. Para este magnífico mosaico sobre el hombre que creó la bomba atómica y donde un interminable elenco de actores de primer nivel se dan cita, Nolan, a lo largo de tres horas, mueve la vida de Oppenheimer en diversas facetas, y lo hace entre secuencias del pasado y de su presente, desde su brillantez científica, pasando por el proyecto Manhattan en torno a la elaboración del arma definitiva en el desértico Los Álamos, y a las consecuencias de fulminar una resistencia de golpe con miles de víctimas, a sus sentimientos de culpabilidad y al acoso y derribo por parte del poder, ese poder que dio la orden de cerrar una guerra y de paso abrir una amenaza que persiste hoy día.Luces y sombras para un hombre que el actor irlandés Cilliam Murphy encarna de un modo asombroso dentro de una película donde lo moral es barrido como una cortina de fuego, donde los diálogos ahogan la dignidad, y las flaquezas de un ser humano se exteriorizan con la misma facilidad con que un científico satura una pizarra con fórmulas matemáticas, dejando en el aire aquello de que a una persona no hay que medirla por lo que dice, sino por lo que hace.