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Una escena de ‘Misterio en Venecia’.

Una escena de ‘Misterio en Venecia’.

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MISTERIO EN VENECIA

★★★☆☆
El actor y director Kenneth Branagh se ha ido convirtiendo en un hombre todoterreno. Sabe tocar las teclas del cine con oficio -eso sí, unas más desafinadas que otras- y, tras haberse especializado en los dramas de William Shakespeare, cabe recordar sobre todas sus adaptaciones la que hizo de “Hamlet”, todo un ejercicio de sapiencia, tanto literaria como cinematográfica, sorprendió en el 2021 con “Belfast”, rodada en un admirable blanco y negro y sin pretensiones pero con resultados magníficos. Otra cosa es cuando a Branagh se le ocurre meterse en la piel de uno de los detectives privados más famosos, Hércules Poirot, transportando al inteligente y deductivo personaje por territorios más atrevidos que esas investigaciones trazadas con fino estilo y sin excesivos sobresaltos.

Eso ya lo vimos en las dos adaptaciones anteriores que Branagh ha llevado a la pantalla, “Asesinato en el Orient Express” y “Muerte en el Nilo”. En la primera con pura osadía, teniendo en cuenta que en 1974 ya firmó una versión el gran Sidney Lumet con un magistral Albert Finney como Poirot, y en la segunda enfrentándose a un papel que hizo en su día Peter Ustinov. Las adaptaciones de Branagh son más nervudas y vigorosas.

Se enfrenta a los peligros, además de con la lógica, con el físico si se requiere, y eso lo aparta, y mucho, del original investigador belga, menudo, gordito, calvo, con bigotito engominado y bastante tranquilo, cosa que físicamente Brangh no es. Y ahora en su tercera revisitación nos traslada a la Venecia de los 50, y lo hace de un modo efectivo, dando una vuelta de tuerca a todo el embalaje. Adapta de un modo libre y casi testimonial “Las manzanas” de Agatha Christie y transporta una trama que camina entre el relato terrorífico y el policial de Inglaterra a esa Venecia de palacios y canales de postal, en imágenes góticas de máscaras y luminosidad tenue y desasosegadora en los momentos en los que el director y actor le va poniendo misterio a la cosa.

Este Poirot vive en la ciudad de los canales una retirada del mundanal ruido, y es sacado de ese letargo detectivesco por una amiga escritora que lo invita a desenmascarar a una supuesta farsante de lo sobrenatural en fechas de Halloween. Y claro, como en toda historia de este tipo, aparece el crimen junto a hipotéticos fantasmas. Pero todos los presentes de carne y hueso son sospechosos y tienen sus fantasmas personales.

Ahí está la gracia para que el experto en condiciones humanas oscuras se luzca, sea inquisitivo, someta a preguntas y razonamientos a los potenciales criminales, todo ello entre inquietantes escenas que se confrontan con la lógica para que el raciocinio de este Poirot sobresalga, pero con mucha menos distinción y credibilidad que David Suchet, mítico protagonista de la no menos mítica serie televisiva.

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