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PEQUEÑAS CARTAS INDISCRETAS

★★★✩✩

Un sello identitario del cine británico es el de desarrollar la trama en pequeñas poblaciones típicas. Son lugares ideales para contar historias, para identificar personajes. Agatha Christie con su personaje Miss Marple era especialista en resolver las zonas oscuras del ser humano en lugares tan aparentemente idílicos, algo también observado en series con sello British como Endeavour o Grantchester, aunque en tono de comedia el referente sin duda fueron los Estudios Earling, y dentro de una pequeña comunidad su magnífica película Whisky a Go Go de Alexander Mackendrick rodada en 1949.Pequeñas cartas indiscretas sigue la línea de un tipo de películas que tienen la habilidad de moverse dentro de ese clasicismo ingenioso en torno a un lugar tranquilo donde un hecho provoca una fiebre colectiva que se extiende como la pólvora y que, al parecer, fue un caso real acaecido en la localidad costera de Littlehampton en los años 20. Una serie de cartas escandalosas e indecentes llegan asiduamente a la casa de una familia formada por unos rígidos padres y una hija solterona que es un dechado de puritanismo. Rápidamente todas las sospechas recaen en una vecina, madre soltera y deslenguada. El caso se agrava cuando las misivas también van llegando a muchos de los habitantes del lugar provocando que la policía actúe, teniendo claro que la responsable es la joven lenguaraz y descarada. Una policía formada por estúpidos hombres machistas que continuamente molestan a una agente de origen indio -la primera en Gran Bretaña en vestirse el uniforme-, importunándola y despreciándola. La película tiene poca intriga ya que pronto sabremos quién es responsable de esos ataques epistolares, aunque ese hecho provoca que entren en liza otros personajes, mujeres que se alían para desenmascarar el misterio, una conspiración de mujeres dispares entre sí en una tarea detectivesca comandada por la mujer agente. Lo mejor de Pequeñas cartas indiscretas es el reparto encabezado por una Olivia Colman insuperable soportando a un padre despreciable -como siempre magnífico Timothy Spall-, y a esa vida que le ha tocado vivir, ambos bien secundados por la joven irlandesa Jessie Buckley, que pone la chispa, y por una Anjana Vasan, todo honestidad. La película también sirve para darle una bofetada a esa cultura represiva del hombre, a esa impostura que es la difamación, no ya en unas cartas tan solo sino en el comportamiento social, en la familia como yugo y lo fácil que resulta machacar al débil. Un ejercicio habitual desde siempre.

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