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Hace poco leí una novela gráfica de Paco Roca, Regreso al Edén, o cómo a través de una fotografía familiar de posguerra en una playa de Valencia el autor devolvía la memoria de sus antecesores en tiempos de dictadura, de miseria y estraperlo. Roca con su detallismo, su claridad y su maestría, llega directamente a los resortes de la emotividad, como ya hizo con Arrugas, que en 2011 fue una película de animación aclamada por público y crítica bajo la dirección de Ignacio Ferreras sobre la amistad de dos ancianos en un geriátrico.Ahora, Álex Montoya adapta cinematográficamente otra obra de Paco Roca, La casa, y el resultado es hermoso desde su propia sencillez narrativa. Una historia intimista en torno a la familia, una película de emociones y sentimientos a flor de piel.Una casa, un lugar donde se agolpan los recuerdos de la infancia y de la adolescencia de dos hermanos y una hermana en sus vacaciones, y un retorno al lugar tras la muerte del padre para decidir qué harán con ella.La casa es una película realista, en la que cada personaje mantiene sus recuerdos, sus faltas, sus errores y sus aciertos, y en la que, como en muchas otras familias, las paredes que huelen a humedad guardan también risas y llanto, aprendizaje de la vida. Montoya, con detalles, apela a la evocación de la figura paterna y lleva a la actualidad, a la adultez, conversaciones tensas, relaciones que mezclan resentimiento con amor fraterno. Es una reunión que aúna maridos, esposas e hijos, cada uno de ellos con su propio registro, su propia mirada y su camino por la vida, pero con muchos fragmentos de un tiempo pasado. Momentos contemplativos, de detalles, de ausencias.El reparto en esta historia coral está magnífico, creíble. Cada personaje expone sus sentimientos, ese distanciamiento al que llevan los años. El abrazo, la complicidad, ese algo que nunca se pierde porque así los veía el padre al que ahora adivinan en cada árbol, en cada planta, en esa piscina vacía, en los días y horas que los esperó. La casa es entrañable, cercana, tiene la capacidad de la nostalgia pero también de la alegría, no se conforma con el drama, intenta recuperar los afectos y los hace visibles. Son estas casas con sus objetos solitarios que siempre estuvieron allí, como cuando dejas algo abandonado en una estantería o en un rincón. Cosas que alguien de los tuyos apreciaba, guardaba, y ahora son olvido hasta que te reencuentras con ellos y los reconoces, y te dicen que tú eres parte de ellos, y te alegra volver a mirarlos y tocarlos, como antes.

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