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EL MAL NO EXISTE

★★★★✩

Una película extraña, de ritmo sosegado, en la que las escenas son reposadas y van cambiando de registro desde la contemplación, en la cotidianeidad en un pequeño pueblo cercano a Tokio. Un lugar donde la naturaleza se contrapone a los hábitos de la gran ciudad hasta complicarse partiendo de un hecho que puede provocar una grave crisis ecológica en el lugar.El realizador japonés Ryûsuke Hamaguchi, que obtuvo todos los premios posibles –incluyendo el Óscar– con Drive My Car y premiado en Venecia por esta su última película, tiene la facultad de dominar la técnica partiendo de la mirada de la cámara, casi hipnótica, sin ningún apremio. Buena muestra de ello es la filmación del contrapicado inicial que muestra las copas de los árboles de un bosque. No hay premura, es la naturaleza observada entre las ramas y el cielo.Hamaguchi nos presenta a Takumi, un hombre de pocas palabras, cortando leña, recogiendo agua cristalina de un arroyo o descubriendo wasabi salvaje para el pequeño restaurante de sus amigos. Takumi pasea con su hija Hana de ocho años por el bosque reconociendo cada árbol, mostrando el sendero de los ciervos. En alguna ocasión se escuchan disparos de los cazadores, son esas marcas y sonidos que reconocen a lo lejos.La sencillez mostrada es aparente, pues la película maneja diferentes capas como es la relación de Takumi y su hija y la pérdida que entristece al personaje cuando acaricia levemente un piano y mira una fotografía de un tiempo cercano en el que eran tres.La llegada de los representantes de una empresa depredadora que planea construir un camping de lujo en el lugar, poniendo en peligro el equilibrio de la zona, promueve un choque frontal entre los oscuros intereses de unos y la demostración de que las gentes del lugar no son tan tontos como se creen en la capital. Incluso los representantes de la compañía saben que juegan sucio y una sensación de arrepentimiento los embarga, los aproxima a una vida deseada que no tienen.El mal no existe es compleja. Tiene una construcción cercana a la parábola, a una alegoría, un signo de que el mal, aunque no lo parezca, sí existe, que perturba, que puede conducir al drama.Tal vez, la forma de narrar de Ryûsuke Hamaguchi, tan introspectiva, pueda hacernos pensar que estamos ante una película estática por su lentitud, pero ese espacio calmo nos provoca una sensación de observador, incluso cuando no alcanzamos a entender ciertos momentos. Aunque lo patente es que la intrusión de un mundo en otro rompe la estabilidad y la calma.

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