Revisitar un clásico
EL CONDE DE MONTECRISTO
★★★★
Para qué inventar historias de aventuras que no aseguran la capacidad de trascender si en la literatura -en este caso la francesa-, hay material imperecedero que reúne todas las claves que hicieron del folletín del siglo XIX una fuente inagotable de lances y sucesos de capa y espada y amores truncados por la fatalidad y el destino. El país vecino lo tiene claro y siempre acaba por revisitar sus clásicos, y las obras de Alejandro Dumas son perfectas para ello. En un corto espacio de tiempo hemos visto el estreno de Los tres mosqueteros: Milady de Martin Bourboulon, y de Los tres mosqueteros: D’Artagnan de Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière. Ahora, estos últimos se han atrevido con El conde de Montecristo, y han salido bastante airosos de este reto, que no es otro que el de devolver a la actualidad, a nuevas generaciones, el atractivo y fascinación que despierta esta historia en tantas ocasiones mostrada -todavía recuerdo la versión protagonizada por el catalán Pepe Martín en aquella televisión en brumoso blanco y negro de la infancia-.Esta nueva revisión es cuidadosa en imágenes y ambientación. Luce en pantalla, deudora de unas páginas inmortales. Es contenida y trágica y una de las mejores representaciones sobre traiciones y venganza llevada hasta las últimas consecuencias. Pero ante todo, es una historia de amor imposible por culpa de la maldad que anida en los hombres, concretamente en tres seres poderosos y despreciables, con sus intereses y manifiestas taras de ruindad.Edmundo Dantés es un joven al que la vida sonríe, enamorado de Mercedes y con un futuro prometedor, pero es acusado injustamente y encarcelado en el castillo de If, en la sordidez de una mazmorra infame -esa parte de la película es magnífica-. Allí se convertirá en un discípulo adelantado de un hombre que le confesará un secreto extraordinario que le cambiará la vida. Lo que se muestra a continuación es una elaborada venganza que proyecta un oscuro Dantés hacia aquellos que se cebaron en él.Ese cambio de la felicidad a la rabia, a la impiedad, está perfectamente reflejada en la interpretación de Pierre Niney, un actor que ya fascinó en la maravillosa “Frantz” de François Ozon, acompañado de un reparto magnífico y a la altura de tan ambiciosa propuesta, una propuesta desencantada por el devenir de los hechos, pero que deja un resquicio de esperanza en otros amantes. Con un material así, se agradece que se respeten códigos éticos y no se invente nada que, a buen seguro, no mejoraría en absoluto el original. Y eso es lo que han hecho.