Historias cotidianas
UNA MADRE DE TOKIO
Título original: Konnichiwa, Kaasanaka. Año
Cines: Screenbox Lleida.
★★★
A unque el título apunta a un solo personaje como canalizador de esta historia íntima sobre la familia, el veterano y respetado realizador Yôji Yamada -tiene 93 años y sigue en activo-, realmente utiliza principalmente a dos, madre e hijo, que representan dos miradas distintas de la vida, dos épocas, pero unidos por un vínculo que está por encima de todo -algo tan universal que a todos nos toca directamente-, ya que una madre simboliza el amor absoluto. Una madre de Tokio nos presenta a Akio, un hombre sumido en una profunda crisis, separado -algo que ha llevado en secreto-, director de recursos humanos en una gran empresa, un trabajo que lo anula en emociones y sentimientos y que incluso lo lleva a no avisar a su amigo de infancia que quieren desprenderse de sus servicios, anteponiendo la obligación hacia los códigos de sus jefes, a la camaradería. Tampoco comprende a su hija, universitaria que ha decidido irse a vivir con su abuela antes que estar junto a una madre que la empuja a integrarse en esa sociedad lineal.Akio decide visitar a su madre tras largo tiempo de no haberlo hecho y descubre que ella colabora en una asociación que ayuda a personas sin techo y que anda enamorada del párroco. Todo esto parece desestabilizar aún más a un hombre en transición. La madre es cuidadosa, pertenece a un mundo pasado, vive en una casa baja en contraposición a esos edificios acristalados modernos, pero es allí, en esa casa, donde suceden las pequeñas cosas que entremezclan frustraciones con alegrías, donde uno despierta y se rebela ante una sociedad en la que el trabajo anula la vida, y la madre, que siempre está ahí, ayudando y protegiendo pese a que sus sueños no se hagan realidad.Hay en esta más que correcta película, con una bella mirada tradicional, una atmósfera que recuerda el cine de otro grande entre los grandes, Yasujirō Ozu, en encuadres, en las relaciones, en la sabiduría de los mayores, como el recuerdo de esa madre cuando su futuro esposo -que fabricaba artesanalmente calcetines- le midió suavemente los pies para confeccionarle unos y pedirle en matrimonio, o la evocación de un mendigo que arrastra latas vacías en su bicicleta sobre aquel brutal e inhumano bombardeo de Tokio durante la guerra.La sencillez, los diálogos llenos de buenas intenciones y el amor entre esos dos seres hace de esta película un relato emotivo y sin mayor ambición que el de asumir errores, limar asperezas, comprenderse a sí mismo, y saber el lugar que se ocupa en este mundo sin querer ser moldeado por otros.