El precio de la belleza
LA SUSTANCIA
★★★✩✩
Desde que Oscar Wilde escribió El retrato de Dorian Gray, esa obsesión por la eterna juventud que hoy día se refleja en operaciones estéticas y millares de productos para combatir el paso del tiempo, el cine ha sacado a relucir en no pocas ocasiones el exceso, la obcecación por agradar siempre cueste lo que cueste. Algo así le sucede en La sustancia a una estrella del aerobic de un canal televisivo cuando deciden cancelar su programa y sustituirla por alguien más joven. La solución se presenta con un producto que promete una nueva versión de ella misma, más joven, más bella, más de todo. Un desdoblamiento de un mismo ser, algo que el cine clásico ya revisó de la mano del gran John Frankenheimer en Plan diabólico (1966) y que a Coralie Fargeat le sirve para atacar a una sociedad que rinde pleitesía a arquetipos de belleza para admirarlos y que, a su vez, castiga y relega al olvido a quien la vida y los años han ido dejando marcas que ya no encajan con esa mirada idiotizada de las tendencias y códigos establecidos.La sustancia posee una apariencia vistosa, bien diseñada en espacios vacíos y blanquecinos donde resalta el rojo de la sangre y esas escenas grotescas y desagradables que recuerdan a aquel David Cronenberg de los 70 y 80. Esa transformación de un ser interpretado con solvencia por una Demi Moore que sufrió en carne propia el olvido de la industria cinematográfica, transformada en una especie de bruja profetisa salida de la tragedia de Macbeth.Existe más de un monstruo en La sustancia, incluso uno con apariencia enfebrecida, responsable del canal televisivo –papel a cargo de un excesivo Dennis Quaid que la cámara retrata como un ser detestable–, o esa hermosa réplica (Margaret Qualley), que no quiere dejar pasar la oportunidad de triunfar frente al mundo aún a costa de sufrir ella misma sus egoístas acciones.El tramo final de la película se va convirtiendo en un conglomerado de numerosas referencias fílmicas, y a su vez, es una celebración de lo repugnante –elaborado por Coralie Fargeat, especialista en eso que se denomina body horror– para hacer las delicias de los aficionados al gore extremo, tan absolutamente desquiciado y salvaje que también creará un estado de repulsión en otros espectadores no acostumbrados a escenas tan desmesuradas en torno a los t-errores de la ciencia, o a la lastimosa autodestrucción de un ser superado por sus propias consecuencias. Vayan preparados para admirar unos o soportar otros este trabajo que, pese a sus excesos, ya ha sido considerado por buena parte de la crítica como una producción contemporánea de culto.