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LA HABITACIÓN DE AL LADO

★★★★✩

Reconozco que no soy un ferviente admirador de Almodóvar –espero que sea este un pecado venial–, y que me he aburrido enormemente en algunas de sus películas, molestándome incluso esa devoción ciega, ese marketing absoluto que lo envuelve casi como si de una religión se tratase –otro pecado que tal vez me lleve al infierno de los tontos–, pero también he de decir que me gustaban sus primeras películas, más libres, divertidas, alocadas, y alguna más. Sería necio no ver valor cinematográfico en ellas ya que sabe decorar perfectamente los ambientes que son puro diseño, encuadra con talento, manifiesta su forma de ser y lo implanta en sus personajes con habilidad, adora el melodrama y ofrece, a su manera, raciones generosas de las cosas de la vida y sus complejidades. Con La habitación de al lado cabe decir que mientras a unos les ha gustado poco o nada –los menos–, otros han elevado su figura al Olimpo de los dioses. Modestamente pienso que ni lo uno ni lo otro. La película contiene elementos muy logrados como esos planos y contraplanos de dos actrices maravillosas que, en cada rasgo, en cada gesto y en cada mirada, hacen suya la película. Esa Julianne Moore tan carnal y humana, tan creíble y poderosa, y una Tilda Swinton tan ambigua en su físico que la convierte en un ser especial que se adueña del espacio que ocupa, hacen de La habitación de al lado un dechado de interpretación. Almodóvar nos habla de la muerte, del deseo y libertad de aceptarla por uno mismo, de ser el dueño del tiempo que te resta, como también lo hace de la amistad, de la despedida y los recuerdos, del enriquecimiento mutuo. Cercar a la muerte, tocar un tema como la eutanasia, aceptarla como algo personal y del todo defendible, es lo que promueve esta película basada en la novela de la neoyorkina Sigrid Nunes que Almodóvar modula y explora.Hay pasajes bellos, contención, la música de Alberto Iglesias, y una fotografía muy elaborada de Eduard Grau, como esa nieve rosada que cae pausada y tranquila, o ese escenario de la casa donde todo sucede con un tiempo limitado. Ese cuadro de Hopper, el gran pintor de la soledad, o la reiterada mención al relato de James Joyce The Dead, junto al fragmento de la película de John Huston, que se agradece por la triste belleza que implica: “Cae la nieve. Cae sobre ese solitario cementerio en el que Michael Furey yace enterrado. Cae lánguidamente en todo el Universo. Y lánguidamente cae como en el descenso de su último final. Sobre todos los vivos y los muertos”. Qué más se puede decir. Nada, nada más.

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