La vida sin mí
ESCAPE
★★★★✩
No he leído ningún libro de relatos de Rodrigo Cortés, que también ejerce de escritor, pero dicen que son como sus películas, singulares, trazados con destreza y que, con acierto, van de lo cómico a lo amargo con gran naturalidad.Cortés adapta ahora una novela de Enrique Rubio en la que un ser que ni nombre quiere, obsesionado por ser nadie, por desaparecer de la vida y de los demás a raíz de una tragedia familiar que lo ha destrozado mentalmente, solo desea con insistencia entrar en un centro penitenciario y hacerse invisible a la mirada de los otros y, para lograrlo, no dudará en cometer delitos para que lo detengan y lo encierren.Él mismo llama a la policía antes de realizar un alunizaje en una tienda, comete toda clase de tropelías en un supermercado, pero ese férreo deseo de salir de la circulación enervan a un juez que, absolutamente desquiciado por esa actitud, se toma el asunto como algo personal ejerciendo su profesión al revés porque su propósito es que no se salga con la suya –extraordinario Pepe Sacristán , totalmente fuera de sus casillas con esa voz tan profunda que tiene el hombre–.Finalmente, la cárcel es inevitable, y Rodrigo Cortés, cuyas películas poseen originalidad y talento para situaciones casi surrealistas como demostró con Buried o Concursante, nos sumerge en un drama carcelario que, sin embargo, no mina la voluntad del personaje ni un ápice. Quiere estar ahí a toda costa, incluso se fuga para que no lo liberen. Todo es extraño en Escape, con situaciones berlanguianas, o con el humor absurdo del injustamente olvidado Enrique Jardiel Poncela, escritor de esa novela inclasificable y humorística que fue La tournée de Dios.Mario Casas está magnífico como hombre al que se le ha ido la cabeza, tarado y con múltiples tics –un papel nada fácil–, y los personajes que le rodean son insólitos, atípicos, como ese psiquiatra que repite con constancia la metáfora de la rana y el escorpión (Willy Toledo), esa hermana tan luchadora en su amor fraterno (Ana Castillo), ese preso que mató sin ganas y que se suelta por Antonio Molina (Albert Pla), el cura más jodido que hayamos visto nunca (Josep Maria Pou) o el director de la penitenciaría, que está más loco que nadie (Juanjo Puigcorbé).La escena de la jota, con alocada sincronización, es un número musical para asombrarse. En fin, una película que despista, que sorprende, que marca diferencias.Produce Martin Scorsese, y no es broma. Algo debe ver este maestro en el cine de Rodrigo Cortés, eso es innegable, y nosotros, o al menos yo, modestamente, también.