Extraños en el paraíso
LA COCINA
★★★★✩
Resulta como mínimo paradójico que muchos de los que un día cruzaron la frontera norteamericana ilegalmente y que, con el paso del tiempo, lograron una visa para poder vivir al otro lado del río, en estas últimas elecciones hayan votado fervientemente por Trump y su idea de extraditar migrantes y de cerrar fronteras. Es muy curioso este hecho que define lo que es la condición humana. Ellos ahora son más norteamericanos que la bandera de barras y estrellas y denigran a sus conciudadanos corriendo un tupido velo en sus propios pasados.El cineasta mexicano Alonso Ruizpalacios, que hace unos años fue premiado en la Mostra de Cine Llatinoamericà de Lleida por la excelente Güeros, ahonda ahora en una realidad incómoda con La cocina, partiendo de un texto teatral firmado por Arnold Wesker en 1957. El realizador, sabedor de los cambios que el tiempo ha ido moldeando, la ha llevado a nuestros días pero guardando la esencia, sumergiéndonos en un resturante neoyorkino, y especialmente en su enorme cocina, donde se trabaja a un ritmo enfebrecido, en un caos en el que los personajes van trazando sus neuras, sus sueños y sus decepciones. La cocina resulta ser un crisol de culturas y razas, todas ellas esperando que sus anhelos se hagan realidad para salir de un infierno cotidiano. Utilizando un blanco y negro solamente alterado por algún momento aislado de color, Ruizpalacios se centra en un personaje, Pedro, un mexicano al que le han prometido, como a otros, la visa. Su carácter es una bomba de relojería que rompe con constancia ese micromundo caótico que discurre frenéticamente. Pedro está enamorado de una camarera, Julia, personaje importante en la trama, norteamericana con la que mantiene un idilio más desesperado y pasional que realista. Hay en La cocina un planteamiento visual poderoso. La película utiliza diversas técnicas, donde todo cambia en esa estética de platos y gritos, de bromas y riñas, de sexo y deseo, de hastío y esperanzas rotas, funcionando como una metáfora en la que se conjugan momentos dramáticos como un supuesto robo en una de las cajas, un embarazo, la explotación y esa mirada nada complaciente a un sueño americano inexistente que coloca a seres desprotegidos como extraños en un paraíso que en realidad no es.Es un mundo capitalista que devora personas, y esa sensación constante de confusión y desconcierto, de locura colectiva, te avasalla como espectador, sobre todo cuando llega a su zenit, a ese momento en que las falsas promesas no sirven, cuando el amor hiere, cuando ya nada vale la pena.