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EL MINISTRO DE PROPAGANDA

★★★★✩

Todo en esta película produce escalofrío, desasosiega porque muestra al detalle siniestras personalidades. Seres endiosados que se erigían por encima del bien y del mal y, lo peor de todo, que hacían creer cada perversa e infame idea que planteaban para que el mundo temblase. Joachim Lang propone una revisión no ya solo sobre la personalidad del impúdico y malicioso Joseph Goebbels, ministro de Propaganda y mano derecha de Adolf Hitler, sino también de su fría y astuta esposa Franziska Weisz, tan turbia y tan adepta a la figura de Hitler. Un Hitler que siempre esperaba una idea, un movimiento preciso y propagandístico, un elogio de la locura proveniente de esa mente tan genial como enfermiza de un Goebbels que se movía a la perfección dentro de una manada de lobos como eran los altos cargos nazis, criminales del Tercer Reich como Heinrich Himmler, Hermann Goering o Reinhard Heydrich. Lang intercala imágenes de archivo absolutamente demoledoras sobre el poder de manipulación del tullido personaje que creó, a través de la mentira, un imperio que debía de perdurar mil años. Un ser con absoluta autoridad en el campo del audiovisual y la prensa de la época creando noticiarios, películas, diarios, panfletos y momentos cumbre en torno a la figura del Führer, sobre la raza aria y para señalar a los judíos como un mal a erradicar. El Ministro de Propaganda es un trabajo meticuloso en torno a las debilidades de un hombre que amaba a las mujeres, pero, sobre todo, sobre esa perversa inteligencia que llevó a Alemania hacia una guerra total que costó 60 millones de vidas. Un Goebbels que hizo de la fidelidad a un ideal su razón de vivir durante siete oscuros años, y que incluso al final, como si de una tragedia griega se tratase, planificó su muerte y la de los suyos en un intento de pasar a la historia. Un mártir de la causa que llegó a decir “miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá”.La película recrea en espacios cerrados, con esa aportación de imágenes históricas, un aire de veracidad temible, y advierte que aquella pesadilla puede volver a repetirse porque el ser humano en su credulidad se contamina, cede ante cualquier tipo de promesa por falsa que sea, algo que utilizan con malas artes los autócratas, los déspotas, esos a los que no hay que menospreciar porque, como Goebbels, son sabedores de nuestras debilidades. Habrá que volver a leer a Primo Levi y tomar nota de sus palabras: “Hay que desconfiar, pues, de quien trata de convencernos con argumentos distintos a la razón”.

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