La lentitud de la belleza
PARTHENOPE
Título original: Parthenope Año
Cine: Screenbox Lleida
★★★★✩
Paolo Sorrentino, además de ser uno de los cineastas más interesantes del panorama cinematográfico internacional, es un escritor magnífico, que sabe encajar las palabras para describir personajes que tienen vidas distintas a la del resto. Su novela Todos tiene razón (Anagrama) es tan asombrosa como sus películas. El director de La gran belleza, La juventud o Fue la mano de Dios, tiene esa puesta en escena tan personal y radiante que hipnotiza.Parthenope, la sirena griega que dio el nombre antiguo a la ciudad de Nápoles, la ciudad de Sorrentino, aquí es una extraordinaria mujer a la que acompañamos durante parte de su vida. Desde su nacimiento, pasando por su indolente pero inteligente juventud, hasta medio siglo después –este último tramo interpretado por una de las actrices más hermosas que ha dado el cine italiano, Stefania Sandrelli–, descubrimos las facetas de su existencia, el dolor, la pérdida, la alegría, el amor y el sexo, el trabajo, y su curiosidad ante la vida.Todo ello retenido en la mirada de una mujer extraordinariamente hermosa como es la actriz Celeste Dalla Porta, elegante y misteriosa. La cámara apenas se aparta de ella, la ama, ama ese físico radiante, nítido, sensual, magnético y avanzamos junto a ella por todo el mar que la baña y acaricia, y donde el cineasta también se complace en mostrarnos un catálogo de seres cercanos a dioses en la tierra, paseando por las calles napolitanas.Junto a Parthenope, conocemos rincones de ensueño y también las partes más roídas de la ciudad, que muestran tanto sus heridas como las de sus habitantes. Sorrentino ama y odia a su ciudad, su decadencia humana, pero extrae como nadie los lugares más secretos y hermosos, domina el arte de la contemplación en cada plano, y una frase es definitoria: “Es imposible ser feliz en el sitio más bonito del mundo”. Lo bello, lo grotesco sin tabúes van unidos en esta película que hay que admirar con sosiego, observando cómo se deslizan en la historia con absoluta normalidad algunos de sus extraños personajes, o ese encuentro con John Cheever, bebedor infatigable y escritor de desheredados y perdedores que interpreta con tristeza Gary Oldman. Nadie filmará Nápoles y sus gentes como este cineasta, con tanta alma hacia una ciudad antigua donde el pasado y el presente forman un todo. A seres casi circenses que moran en sus iglesias o esconden sus miserias en la oscuridad de la noche. Lo mejor y lo peor de un lugar fijado en la memoria en una película elaborada con calma, la misma calma con la que deberíamos admirar la belleza de las cosas y de las personas.