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DESMONTANDO UN ELEFANTE

★★★✩✩

Películas centradas en el alcoholismo las hay en cantidades nada desdeñables, con clásicos como Días de vino y rosas de Blake Edwards, Días sin huella de Billy Wilder, La gata sobre el tejado de zinc de Richard Brooks –basada en la obra teatral de Tennessee Williams–, El sabor del sake de Yasuhiro Ozu o Veredicto final de Sidney Lumet, una querencia hacia seres con una poderosa adicción. Y sus dramas personales y, en algunos casos, su intento de redención, ocupando más historias fílmicas. Valgan como ejemplo La leyenda del santo bebedor de Ermanno Olmi –adaptando una novela de Joseph Roth–, El borracho de Barbet Schroeder, Leaving las Vegas de Mike Figgins o la bastante reciente Otra ronda de Thomas Vinterberg. Esta pequeña relación de títulos forman una especie de capricho para recordarlos, utilizando casi como excusa Desmontando un elefante, producción española en torno a ese mal que te atrapa, que se introduce en la casa sin hacer ruido, como un invitado que cuesta horrores echar de nuestras vidas, que en principio parecía un amigo secreto que consolaba para convertirse después en algo destructivo, que amenaza todo el círculo emocional de quien ha caído hasta el fondo del vaso.El joven realizador Aitor Echevarría dirige un trabajo muy bien respaldado por una siempre convincente Emma Suárez, que eleva la trama de una película que sin su presencia, sin olvidar a Natalia de Molina, una actriz que en cada paso que da sorprende más –qué bien baila y qué bien modula cada gesto de desaliento y hartazgo–, junto a un todoterreno como es Darío Grandinetti, quedaría más bien insípida, como aletargada.Desmontando un elefante se mueve entre varias secuencias y saltos para mostrarnos a una arquitecta en sus horas más bajas: adicta al alcohol, en rehabilitaciones que dejan al descubierto esa falta de sinceridad, ese intento de salir del problema, sin poder evitar sus cambios de carácter. Así como esa apariencia fingida sobre un elefante grandioso que habita en un hogar resquebrajado pero que se hace invisible a los ojos aunque lo destroce todo a su paso, sobre todo a una hija que pierde identidad propia intentando ayudar a su madre aún a costa de perder las cosas que mayor ilusión le hacían.Algo destacable en este sutil trabajo, cerrado en sí mismo, es el hecho de no exhibir al monstruo que origina el drama. No existen escenas de excesos, de descontrol, de intencionalidad. No lo necesita. Incluso promueve un final abierto sobre lo que acontece o lo que se quiere decir sin menester de mostrarlo, dejando margen a su propia conclusión.

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