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THE BRUTALIST

★★★★★

La arquitectura como base donde se ensamblan personalidades y dilemas interiores, así como la compleja obra que absorbe al creador, como en El manantial (1949) de King Vidor o El vientre del arquitecto (1987) de Peter Greenaway. En The Brutalist todo se torna complejo, oscuro y sombrío porque reedifica el sueño de un hombre partiendo de la nada al que han destrozado la vida en Europa y busca una nueva oportunidad para recomponerse en la supuesta tierra de las oportunidades, Estados Unidos, en la década de los 50. Esta es la historia del arquitecto húngaro László Toth, superviviente de un campo de concentración nazi y que ha dejado atrás a su mujer, prisionera en otro campo y con la esperanza de recuperarla en el lugar que promociona aquello tan manido del ‘sueño americano’.Toth es un hombre con talento construido en la famosa Bauhaus, idealista del movimiento brutalista creado para la reconstrucción –un estilo imponente pero con ideas muy definidas como concepto pragmático donde rige el hormigón y la luz–, pero que llega a América sin porvenir en el horizonte. Y esto solo es la superficie de una película monumental, una historia por momentos desgarradora, incluso turbia, que desnuda al personaje y todo lo que le envuelve, como esa relación con el millonario mecenas Harrison Lee Van Buren, un ser enamorado de la cultura que influye y domina, que elogia y humilla con pasmosa facilidad. La escena en Carrara, en la cuna del mármol más puro, es donde se muestra la mayor impureza humana. Es la historia también de la construcción de un edificio que se proyecta casi como una metáfora de la vida de un hombre roto por dentro, esa mole de hormigón gigantesco es como esta monumental película que ahonda en los sentimientos, en las fisuras del alma, en la pureza y en las taras humanas de alguien que conocerá en carne propia que no existen sueños, que tan solo la lealtad y juicio de su esposa lo mantendrán en la disyuntiva que se formula entre el artista y el poder del dinero.The Brutalist –rodada en el ya desusado formato Vista Visión– hace grandiosa la película, le otorga un carácter poderoso, realista, en el que el dilatado metraje –tres horas y media– poco importa porque somos conscientes de que estamos ante una obra descomunal, fascinante, con un elenco actoral tan sólido como el hormigón. Un reparto que encabeza ese actor con rostro tan descriptivo sintiendo rabia, tristeza o alegría de un modo tan sublime como es el de Adrien Brody, que ya dejó huella con El pianista de Polanski en la odisea particular de un músico polaco en una desolada Varsovia, y que le valió el primer Oscar. Digo el primer Oscar porque el segundo ya lleva inscrito su nombre con el papel de este arquitecto en un país que desgarra por fuera y por dentro, sin olvidar a Guy Pearce, que logra el papel de su vida, y de la empatía que desprende Felicity Jones.La sensación es la de estar ante un clásico contemporáneo que unifica lo viejo y lo nuevo, reflexivo e imponente, de una narrativa poderosa y una fotografía magistral. Un monumento al cine, inamovible como esos grandes edificios que el tiempo ha respetado y que seguirá respetando porque son únicos y auténticos.

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