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MEMORIAS DE UN CARACOL

Título original: Memoir of a Snail. Año

Cine: Screenbox Lleida.

★★★★I

Triunfadora en el Festival de Annecy –con seguridad el certamen de animación más prestigioso del mundo– y nominada a los Oscar en un año en que la creatividad ha dado títulos como Robot salvaje, Flow y esta Memorias de un caracol, elaborada con la técnica de la denominada stop motion, un trabajo artesano, de paciencia de santo, que permite el movimiento utilizando plastilina. El australiano Adam Elliot ha desarrollado un magnífico retrato sobre un ser marginal y dramático, alejado del cine exclusivamente para niños ya que Memorias de un caracol conmueve porque nos muestra las miserias humanas, a los desheredados de una sociedad que los ignora y no comprende, pero que poseen una enorme ternura.Es la vida de Grace Prudel desde su nacimiento junto a su hermano gemelo Gilbert, un nacimiento que llevó a la tumba a la madre. Ambos son bichos raros, no encajan. Su padre, un malabarista callejero, sufre un accidente y queda parapléjico, refugiándose en el alcohol. A la muerte de este, los hermanos son separados y Gilbert va a parar a una familia de granjeros sectarios y obsesionados con la religión, mientras que Grace, en su soledad, colecciona figuritas y todo lo que tiene que ver con los caracoles, incluso cuida algunos vivos.Todo lo que envuelve a Grace está lleno de contratiempos, golpes del destino, estrecheces y penurias que la van acotando, como encerrada en un caparazón para huir de todo lo perverso, de la sordidez. Pero ante tanto drama, Memorias de un caracol se abre al positivismo de la mano de un personaje absolutamente alocado y de espíritu libre, una mujer, Pinky, que sacará todo lo bueno de Grace, que es mucho, para volver a hacerla sentir bien, alegre, sacudiéndose la tristeza para lograr ver que no todo es ocre y gris sino que siempre existe algo que te lleva a estar conforme contigo mismo. Además, la película aporta más de una sorpresa.Adam Elliot, un maestro, no precisa que sus personajes sean atractivos. Son feos por fuera pero hermosos por dentro. Son trágicos en ocasiones, pero tienen gracia y sentido del humor. Todo a través de una historia bien definida, como aquella historia de la animadora de stop motion suiza Claude Barras, La vida de calabacín, de 2016, una mirada tan infortunada y calamitosa pero a su vez tierna y bella.Existe una valentía latente en este tipo de producciones muy elaboradas en lo visual, como en su narrativa, en el mensaje que transmiten. Dignas, que ayudan a comprender a esos seres imperfectos que, de algún modo, también hablan de ti y de mí, ya que por suerte la perfección no existe.

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