La vida cansa
El octogenario realizador británico Mike Leigh ha ido mostrando en su filmografía la disfuncionalidad de sus personajes. Seres que, de un modo u otro, no encajan en la sociedad porque ni esta los comprende ni ellos mismos saben cómo ajustarse a ella. En películas como Secretos y mentiras, Todo o nada o El secreto de Vera Drake, Leigh protege a sus seres absorbidos por una cotidianeidad que los supera. Su mirada siempre se mueve hacia el realismo en torno a personas y sus circunstancias, hacia la relación de lo interior frente a un mundo exterior donde los sentimientos van por dentro, incomodando a su entorno por mucho que exista esa condición de cambiar o de mostrar la desdicha. Mi única familia sigue unas pautas profundas, un sentimiento de derrota y de un carácter construido desde el hartazgo. Su personaje principal, Pansy, es una ama de casa que vive en una zona tranquila de Londres, en una casa sin calor humano, impersonal, fría, tanto como esa atmósfera que ella misma ha construido alrededor de su gente, de un marido silencioso porque ya no sabe cómo tratarla, un tipo que va de su trabajo a ese hogar que hace tiempo que ha dejado de serlo, y de un hijo veinteañero pasivo, que camina sin rumbo por las calles, comiendo obsesivamente o aislado en su cuarto mirando revistas. Una familia negra en una película que no trata de problemas raciales por el color de la piel, sino de sentimientos escondidos por un carácter desapegado en constante ebullición.
Leigh nos engaña al principio. Muestra a una mujer enfadada con el mundo entero, con una personalidad imposible, malhumorada, histérica, siempre a punto del conflicto, ya sea en casa, en un supermercado, en el dentista, en un aparcamiento, en todos los sitios y a todas horas. Digo que nos engaña porque se tiene la sensación de que estos hechos son más cómicos que dramáticos. Ella solamente revela su frustración con su hermana peluquera –una peluquería es como ir al psicólogo–, que la ayuda como puede a levantar un ánimo hundido, o con esas sobrinas jóvenes y vitalistas a las que no les afectan los reveses laborales y muestran sin dobleces su alegría.
Mike Leigh, con sabiduría, nos desarma cuando la historia se encamina hacia un drama irreparable, cuando su personaje revela sus sentimientos rotos, cuando conocemos a una mujer derrotada por sus decisiones equivocadas, por ese tiempo perdido que no se puede recuperar y, como en la mayoría de sus personajes, Leigh la protege de juicios prematuros y calibra el porqué de las cosas, de la vida que uno no quiere, de esa vida que cansa.