CRÍTICADEMÚSICA
Sí, director
El primer día que ensayas Haydn con Salvador Mas te para en el primer movimiento y te dice: “han hecho ustedes [es un hombre como de otro tiempo, siempre te habla de usted] una lectura correcta, pero en esa partitura Haydn puso muchos pianos y yo no he oído ninguno. ¿Me entienden?”. Y le entiendes. ¡Vaya si le entiendes! Mas te lo ha dicho de forma muy educada, pero sus palabras, no sabes por qué, te suenan amenazantes. Es como si te las dijera Sir Humphrey, el sempiterno secretario de Sí, ministre. A la OJC le habrá sentado de maravilla el programa Haydn-Mozart que le ha dirigido Mas. Esta música es como una ducha. Sólo puede ser impoluta. Haydn es aburrido, y hasta ñoño, si sólo se toca lo que está escrito. Pero si se interpreta bien es una pasada. Hay que hacerlo enérgico. Con un concepto de la fuerza que no va ligado al volumen, sino a la intención. Tiene que haber ataques abruptos, contrastes descarados, acentos expeditivos. Antes que técnico o culto, un director tiene que ser inteligente. Mas destacó con inteligencia clarísima los aspectos revolucionarios de Haydn (esas modulaciones entre tonalidades que no tienen nada que ver entre ellas) y los casi cómicos (esa trompeta que toca sin pistones para hacer sólo las notas de la corneta, esa percusión demencialmente excesiva para el siglo XVIII, esos platillos alla turca desenfadadamente rústicos). También estuvo atento a las bellezas de Mozart, incluida una dinámica extremadamente arriesgada de la cuerda, que hizo unos pianísimos tan en el límite que hasta dudas de que llegara a tocarlos. Es lo que tiene Salvador Mas. Como a Sir Humphrey, se le entiende perfectamente. A la primera. Siempre.
vador Mas. Como a Sir Humphrey, le entiendes perfectamente. A la primera. Siempre.