CRÍTICADEMÚSICA
Silencios que lo dicen todo
No me importaría morir mientras suena el Réquiem de Bob Chilcott, un bombón que el domingo escuché por primera vez. La orquesta Musiquem Lleida! y la Coral Shalom cerraron el festival con esta pequeña joya. La obra está plagada de dificultades de afinación. Es música tonal pero contiene muchas disonancias. Los instrumentos hacen estos intervalos de forma mecánica, pero en la voz son interiores, hay que procesarlos mentalmente, y no es fácil dar con una nota que rebota en la anterior. Estuvo muy bien la Shalom y brilló el director Robert Faltus en el equilibrio de coro y orquesta. La obra demandaba el doble de cantantes y la orquesta, aunque se redujo a la mitad la cuerda (ocho violines entre primeros y segundos), tenía todo el viento. Eso exigía mucho control. Ni hablar de dobles efes y dinámicas expansivas. Faltus logró que se oyera todo y a todos.
El concierto comenzó con una misa jazzística del mismo Chilcott ligera y divertida, siguió con una obertura de William Sterndale Bennett algo beethoveniana y bien escrita y finalizó con ese remanso de paz que es el Réquiem de Chilcott, en el que destacaron la soprano Cristina Fernández y el tenor Jordi Casanova -este último, de voz delgada y elegantísima. Faltus, eslovaco de Bratislava, tomó el micro en mitad del Réquiem y pidió al público en un perfecto catalán que antes de aplaudir guardara un minuto de silencio para denunciar la violencia del 1-O. Finalizó la obra, se dio la vuelta, los músicos se levantaron y también lo hizo el público, que tras el minuto de silencio estalló en una ovación cerrada. Qué estremecimiento. Qué dignidad ante la repugnancia de la brutalidad policial.