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Comiéndose el mundo

Comiéndose el mundoJ.C.

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La banda de Aranjuez repitió visita a Lleida, como apuntó en un momento de la actuación Víctor Cabezuelo, su guitarrista y frontman, aunque, a decir verdad, al menos para este humilde cronista musical, su primer paso entre nosotros debió ser muy en voz baja y sin apenas divulgación mediática, pues no supimos ni que la cosa ocurrió. El caso es que, en esta ocasión, tras editar a principios del año pasado Magnolia, su cuarto disco, y recibir magníficos comentarios y elogios de la crítica especializada, era inexcusable no ir a escucharlos y poder sacar conclusiones sobre su más reciente colección de canciones y su actitud encima del escenario. Tenía también interés en mesurar en qué medida su música ha calado en la afición local, pues me sigue fascinando cómo todos estos grupos indies que funcionan por completo al margen del mainstream son capaces de proyectarse, casi exclusivamente, mediante su buen hacer en redes sociales y una labor oscura y callada de sus seguidores más fieles con el simple ‘boca a boca’, que también acaba siendo fructífero. Efectivamente, la sala estuvo casi llena de supporters que, como un servidor, vibraron y se deleitaron hasta la extenuación, conectados mediante el baile a temas como Río Wolf, O, Pulp Fiction, Cisne Negro, El Halcón Milenario o la que otorga título al álbum, casi todas de innegable tufillo cinéfilo, como ya lo fueron también varios cortes anteriores y hasta el propio nombre adoptado por el conjunto al nacer. Ese sonido suyo, híbrido de pop-rock musculoso en lo instrumental y aires psicodélicos tan envolventes en lo ambiental, se me antoja insuperable y la más lógica de las razones por las cuales han empezado a comerse el mundo, ya en serio.

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