CRÍTICADEMÚSICA
Dios existe en Bach
Costó entrar en la Pasión que propuso el miércoles Marc Minkowski con Les Musiciens du Louvre en el Palau de la Música. Solo había un coro de 8 cantantes y otro de 4. El número inicial sonó a toda pastilla y se prescindió del tercer coro, el de niños. Su papel lo hizo una sola contralto que, lógicamente, no se oyó. Parecía que Minkowski tuviera prisa para ir a cenar. “A ver si este hombre va a ser un fanático”, temimos. La austeridad tiene su razón de ser. Las dificultades de los violines barrocos para mantener el sonido, y ya no digamos de los vientos, agradecen que no se enfaticen los finales, y el escaso volumen de estos instrumentos demanda recursos vocales ligeros. Pero una cosa es eso y otra... ¡un coro de solo 4 cantantes! La primera parte acabó como había empezado: echando en falta chicha en los coros y calma en la batuta (sí, el hiperbarroco Minkowski dirigió con batuta), aunque la clase de músicos y cantantes era clamorosa. No convenció el evangelista Anicio Zorzi Giustiniani con su timbre delgado y penetrante, como de Black & Decker.
Entonces no habíamos entendido qué pretendía Minkowski con su Bach esquelético. En la segunda parte quedó muy claro. Los coros, al ser de pocos cantantes, podían colocarse delante de la orquesta y lucir ante el público, como si fueran actores, dicción y expresión, arrepentimiento y dolor. Un coro más generoso no podría hacerlo porque no se oiría la orquesta. Todo eso resultó evidente sobre todo a partir del conmovedor Erbarme dich de Helena Rasker. Los contratenores han alcanzado niveles técnicos impresionantes en las últimas décadas, pero cantar en falsete limita la potencia de la voz porque reduce la longitud de las cuerdas vocales. Esto es así. Se podrá hacer toda la demagogia que se quiera, pero una gran contralto es una gran contralto. Helena Rasker es una de las mejores que he visto en mi vida. A partir de ese Erbarme antológico hubo un crescendo espeluznante. Sonó directamente desde el cielo el Aus liebe de la soprano, la flauta y los maravillosos oboes de caccia. En momentos como esos Bach demuestra científicamente la existencia de Dios. Solo él y Mozart son capaces de hacerlo. En el Mache dich, un Minkowski ya desatado dio una lección de dirección abrumadora. Cada vez que el magnífico Jesús Thomas Dolié daba paso a los pasajes orquestales, Minkowski hacía crecer la orquesta de forma sobrenatural y nos reconciliaba a todos con el universo. No. Este hombre no tenía prisa para ir a cenar. En una segunda parte memorable, en la que hasta el evangelista se había dejado la Black & Decker en los camerinos, se permitió estremecedores silencios dramáticos de 30 segundos que se podían cortar con un cuchillo. Minkowski no es un fanático. Es un genio que regaló un coro final inolvidable a un público conmocionado. Al finalizar, mi cuñada resumió: “he llorado”. Era una información innecesaria porque sus ojos le delataban. Los míos también.
BACH Obra: Pasión según S. Mateo. Íntérpretes: Les Musiciens du Louvre. Marc Minkowski Lugar: Palau de la Música Catalana. 28 de marzo. ★★★★☆