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Felicidad compartida

Felicidad compartidaÒSCAR MIRÓN

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CLÁSICA

Intérpretes: Orquestra de Cadaqués. Vladimir Ashkenazy, director.

Lugar: Auditori de Lleida.

Fecha: 7 d’octubre del 2018.

★★★★✩

El concierto para piano número 23 de Mozart merece algo más de lo que dio Denis Kozhukhin el domingo en el Auditorio de Lleida. Transmitió poco en un primer movimiento en el que se echó en falta chicha. El Steinway del Auditorio debe valer lo que vale mi casa y Kozhukhin sacó de él poco sonido. Es verdad que sobraba piano para esta música y había que echar el freno de mano, pero creo que el pianista ruso lo echó demasiado. Lo mejor de ese movimiento fue la cadenza, inadecuada en lo estilístico –demasiado romántica– pero fantástica en lo musical. Ahí estaba Kozhukin en su salsa. En el andante estuvo elegante. No hacía falta más en un movimiento en el que un ritmo ternario de siciliana te lleva en volandas. En el tercer movimiento no se entendió muy bien qué pasaba. Creo que Kozhukhin corrió demasiado y tuvo que acudir al rescate desde la batuta el mítico Vladimir Ashkenazy, que luego dirigió una magnífica quinta sinfonía de Schubert. Mozart se habría enamorado de esta joya, en la que Ashkenazy sacó petróleo de una Orquestra de Cadaqués ya de por sí estupenda. De pequeña estatura y con gestos que recuerdan a Peter Sellers, Ashkenazy es un hombre divertido que divierte a sus músicos y les da confianza. Se notó en la sinfonía schubertiana, en la que la orquesta se soltó el pelo y la felicidad de hacer música refulgió deslumbrante. Fueron sensacionales el segundo movimiento, en el que no es fácil mantener en pie un minueto con su correspondiente trío en un tempo lento –¡qué travesura de Schubert!–, y el cuarto, que fue dicho a toda pastilla sin que se resintieran en ningún momento el empaste o la dinámica. Era la música, solo eso y nada más que eso, en una lección de felicidad compartida, en una muestra de cómo es ese sentimiento que, como el dolor, como el consuelo, nos hace humanos.

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