Orfebre de la canción

Según el diccionario de la RAE, la palabra joyero define un estuche, caja o armario que sirve para guardar joyas. Pues eso representa, exactamente, para quien escribe esta columna de crítica musical, el maravilloso repertorio de Mayte Martín compuesto de gemas, brillantes y rubíes musicales, como pudimos comprobar los fieles seguidores de su arte y talento que acudimos a su encuentro. Estos días, además, están sirviendo para celebrar las bodas de plata de la edición de su primer álbum, Muy frágil (1994), premonitorio de otras grandes obras con las que nos ha ido regalando desde entonces, como Free Boleros, Querencia, Tiempo de amar, De fuego y de agua, Al cantar a Manuel o Cosas de dos. La última de sus aportaciones discográficas, Tiempo Rubato (2018), ha sido la excusa perfecta para volver y demostrar su singularidad como artista y que su alquimia, a base de flamenco, copla, boleros y canción de autor, debería ser reconocida como una de las mejores propuestas, de entre las de su género que pueden disfrutarse actualmente. Buscadora de nuevas texturas sonoras, en esta ocasión ha acudido acompañada, además de por su trío habitual, del Quartet Qvixote, un combo de cuerdas magnífico que ha aplicado a la perfección los arreglos ad hoc del maestro Amargós, y de la bailaora Belén Maya que ha pintado de arte y duende varios pasajes de la actuación. Con el público entregado de todas, todas, a sus sentidas interpretaciones, la sesión fue de menos a más a medida que la cantante iba superando su decepción inicial por la exigua asistencia registrada y se centró en encandilar al público, cosa que consiguió con creces esta orfebre de la canción.