El músico que vino del frío

El trompetista moscovita Valery Ponomarev es un personaje singular por muchas cosas. La primera por su origen, dado que no es muy usual poder escuchar músicos de jazz de la antigua Unión Soviética y digo, bien, la Unión Soviética y no Rusia, puesto que, enamorado perdidamente del jazz y de, en concreto, la manera de tocar de Clifford Brown, huyó de su país en plena guerra fría, con apenas 30 años, refugiándose, cómo no, en Estados Unidos y logrando, pese a las dificultades lógicas de alguien en su situación, integrarse plenamente en la escena del jazz norteamericana. Tanto es así, y suficientes méritos técnicos lo abalaban ya entonces, a principios de los setenta, como para caer en el redil musical del gran Art Blackey o, lo que es lo mismo, pasando a formar parte de los legendarios Jazz Messengers del inolvidable drummer de Pittsburgh, con los que trabajó más de una década. Son también más que reseñables su carisma y muy buen humor, facetas personales llamativas que demostró con creces en su primera cita en Lleida, pero que se nos antojan extraños, en general, entre la gente nacida como él en la fría tierra del comunismo por antonomasia. Respaldado muy bien por el batería suizo Joris Dudli y el trío de autóctonos formado por el saxo Toni Solà, nuestro contrabajista de cabecera Ignasi González y el pianista Lluís Capdevila, Ponomarev nos ofreció ese conocido y trabajado homenaje a su viejo mentor, Blackey, demostrando que pese a estar cercano ya a los 80, se encuentra en buena forma instrumental, además de mantener ese posado bromista y magnífica predisposición a divertir al público, que le anteceden y le han dado fama y popularidad en todas partes.