A los pies de Pires

Lo que más te impresiona cuando ves a la delicadísima y dulcísima Maria Joäo Pires (una Pepita Domingo al piano) no es lo que hace con las manos; es lo que hace con los pies. La legendaria pianista portuguesa es una virtuosa del pedal. Se ha dicho con malicia que lo usa para compensar su endeblez, pero eso es una tontería. La fuerza la saca de la relajación con la que se enfrenta a los forti, en los que la energía no la obtiene de golpear fuerte las teclas sino de atacarlas desde la distancia, proyectando todo su cuerpo. Eso solo lo hacen los grandes, y esta pequeña mujer es enorme. Lo que hace con el pedal es jugar con la resonancia de una manera que la acredita como una de las mejores pianistas de todos los tiempos. Su entrada en el concierto 20 de Mozart fue algo confusa. No entendimos muy bien a dónde iba. Ni nosotros ni la orquesta, que la perdió algunes veces. El genio emergió en una cadencia inolvidable. Pires tocó la que escribió Beethoven para este concierto, que obliga a pasar varias veces del forte al piano en una misma nota, algo muy difícil con un piano porque es un instrumento percusivo. Se precisa de una gran técnica de pedal para mantener vivas las notas, y en eso Pires es imbatible. A partir de ahí la pianista y la orquesta se encontraron y firmaron un concierto admirable. También fue ejemplar la Sinfonía Júpiter, en la que destacaron los primeros atriles de la magnífica cuerda de la Camera Musicae. Con la covid no se comparten partituras y los primeros atriles quedan delante como un cuarteto. Dio gusto verlos contagiando entusiasmo. En Mozart si tienes buena cuerda lo tienes todo; el viento solo aporta color. Estuvo muy bien la orquesta en la asombrosa coda final, en la que pasan tantas cosas que no puedes seguirlas, pero aunque no las entiendas sabes que todo cuadra de forma milagrosa. ¡Qué sería de nuestras vidas sin Mozart!