CRÍTICADEMÚSICA
Concierto lunático
Intérpretes: OJC, Arnau Tomàs, violonchelo. Alfons Reverté, director.
Obras de Weill y Gulda.
Sala: Auditori de Lleida.
Fecha: 2 de mayo.
Arnau Tomàs, violonchelista del Casals, uno de los mejores cuartetos del mundo, despachó el lunático concierto para cello de Gulda sin que se le viera una sola gota de sudor. Muy pocos violonchelistas se atreven con este concierto, no por su virtuosismo (hay muchos virtuosos), sino porque exige mucho carácter.
El primer movimiento es un funky discotequero con la correspondiente rueda de blues. El segundo, un maravilloso ländler con un coral de metales que alcanza los niveles de los mejores Wagner y Mahler, y eso es alcanzar el cielo.
El tercero, una cadenza en la que se exponen todos los límites del instrumento (saltos de arco, cambios de posición, octavados, armónicos imposibles) y a la que sucede un minueto renacentista que Tomàs tocó con exquisita técnica antigua. Y el cuarto, una astracanada en forma de fiesta de la cerveza de Munich, el tipo de música que me ponían de niño cuando salía al patio el día del festival de fin de curso en el colegio de monjas, la marcha de falla valenciana con la que te imaginas a Carles Santos (ese genio loco que tanto recuerda a Gulda) finalizar uno de sus conciertos, con metales con tres efes y dos efes que el domingo se equilibraron con un chelo muy bien amplificado (chapeau el técnico de sonido).
¿Café con leche con sanfaina? Sí, pero también música divertida y muy bien escrita que exige al solista muchas agallas. Hay en Youtube una versión en la que el fenomenal Heinrich Schiff suda lo que no está escrito; Tomàs, ni una gota.
Da que pensar en lo que han progresado mental y físicamente los grandes virtuosos que hoy rondan los 40 años. En la primera parte hubo la Ópera de los tres centavos de Weill, una música muy difícil no por las notas (la escritura es sencilla) sino por el estilo.
Hay que tocarla rústica, decandente, agria, con trompetas y trombones vibrados, simulando el ánimo con el que tocaba un músico a las tres de la madrugada en un cabaret del Berlín de entreguerras, porque ese es el estilo con el que Weill reivindicaba la dignidad de la pobreza. Lo que haría el neorrealismo italiano, pero con un arte divertido.
Y eso hicieron los vientos de la OJC: divertirnos con unas músicas irónicas y desvergonzadas que tienen muchísima más sustancia de la que aparentan..