Un día u otro, un concierto tras otro, había de llegar el final de este Jazz Tardor de la (casi) recuperación pandémica que, a diferencia, de la accidentada ocasión de 2020, que se vio alterada desde todos los puntos de vista posibles, ha visto rescatar su ritmo habitual y, como era costumbre antaño, un cartel concentrado en el mes de noviembre para regocijo de todos los aficionados locales y algunos que otros foráneos que tampoco han querido perderse varios de los excelentes shows programados. Y quién mejor para ponerle lazo dorado a la presente edición que el bueno de Bruce Barth, amigo eterno de esta urbe jazzística por antonomasia, quien probablemente sea el artista extranjero de este género que más veces nos ha visitado y cuya relación emocional con los leridanos es tan evidente como imperecedera. El autor de
Afernoon in Lleida, en estado de forma física y artística envidiables, se presentó acompañado una vez más de sus inseparables y eficaces de los último años Mark Hodgson al contrabajo y Stephen Keogh en la batería, regalándonos todos otro memorable concierto, cuyos ejes argumentales pivotaron entre composiciones propias y alguna que otra versión de temas ajenos, entre los que destacó su acercamiento, vía Miles Davis, al
Concierto de Aranjuez del maestro Rodrigo, que nos pareció memorable.
Aunque el miércoles no sea el mejor día para un concierto de jazz, al menos para nuestra localidad, el público que casi llenó la sala B del Enric Granados disfrutó enormemente del trabajo del combo oficiante, el cual, una vez más, cumplió con todas nuestras expectativas musicales vespertinas. Barth, como de costumbre en él, se dio por completo a la asistencia y los guiños mutuos fueron constantes en un espectáculo que, nuevamente, dejó constancia de esa incuestionable calidad suya, forjada durante tantos años, y de la que este festival tantas veces se ha beneficiado.