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La cantautora barcelonesa Raquel Lúa, en su recital en el Antares.

La cantautora barcelonesa Raquel Lúa, en su recital en el Antares.J.C.

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CANCIÓN DE AUTOR

Intérprete: Raquel Lúa.

Sala: Pub Antares.

Fecha: 12 de febrero

★★★★☆
Qué bien ir descubriendo a gente nueva, o relativamente, pues lo que demuestra este continuo e incesante surgir de valores es la buenísima salud de nuestra cantera de creadores musicales y que el talento brota sin cesar, cosa de la cual debemos congratularnos. Su, creo, primera visita a Lleida para actuar, nos permitió descubrir a una muy meritoria y dotada cantautora, de voz bellísima y gran sensibilidad compositiva. Cómo la describiría.

Se trataría de una especie de simbiosis entre la sonoridad de las intérpretes femeninas hispanas de la década de los setenta, a saber, gente como Cecilia, Mari Trini, Rosa León, Ana María Drack o la Marisol de Galería de Perpetuas, entre otras, y voces latinoamericanas de ese mismo período, como Violeta Parra, Mercedes Sosa o Soledad Bravo, mujeres singulares, raciales y empoderadas, sabedoras por mérito propio de su gran talla y trascendencia populares. Una estirpe de artistas poco habituales, pues en estos tiempos que vivimos ahora las féminas se mueven por territorios expresivos bastante miméticos y solo gente como esas bestialidades llamadas Zahara o Maria Arnal, que ahora me vienen a la cabeza, andarían por la línea argumental de aquellas grandes de hace cuatro o cinco décadas y de legado tan imborrable. Pues bien, en el caso de Raquel Lúa que ahora nos ocupa, de sesgo parecido, su actuación reciente en el Antares –coquetón y agradable espacio de audición donde los haya– nos retrotrajo a aquellas épocas gloriosas con su maravilloso repertorio original de canciones de pura poesía y esa manera única de defenderlo en vivo.

Acompañada solo de guitarra y con esa voz madura en cuerpo juvenil, sorprendente, escuchamos temas de su primer álbum, Ruegos y demás, y algunos avances del inédito, Piel, de próxima aparición, todo ello tan cargado de emotividad y sentimiento que logró ipso facto meterse en el bolsillo al público educado y atento que acudió a disfrutar de su tan preciado tesoro musical.

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