Creo que no pisaba el Cotton Club desde que se celebró allí el 30 aniversario de la Casa de la Bomba, en marzo de 2019, unos pocos meses antes de que nos cayera la pandemia encima. Han sido, pues, tres años, más o menos, sin actuaciones que comentar hasta la vuelta a la actividad plena, protagonizada por un artista auténticamente top, pues consideramos a Joan Miquel Oliver uno de los grandes, desde que lo descubrimos hace más de dos décadas, ejerciendo de impulsor y cerebro gris de la banda Antònia Font, una de las más innovadoras del panorama pop-rock de los Països Catalans desde principios de los noventa y en lo que llevamos de siglo XXI. Un soberbio creador de gran capacidad y sensibilidad que no ceja nunca en sorprender con su visión surreal y nihilista positiva de la vida, destapada más si cabe desde su irrupción como artista en solitario allá por 2005 cuando se sacó de la manga aquel revelador
Surfistes en càmera lenta, al que sucedieron unos cuantos álbumes más hasta ahora, en que se anuncia la vuelta a la actividad de su exitosa banda con un concierto en el Primavera Sound.
Para esta reciente presencia en Ponent llegó en formato de trío pop-electrónico, acompañado de Jaume Manresa en los teclados y Xarli Oliver en la percusión, bastante buena respuesta de público y –me temo– ese deficiente sonido habitual de la sala que ha sido su máximo hándicap siempre. Dicho esto, reconocer el buen hacer del músico balear y sus dos compañeros, quienes, al principio del evento, dedicaron a Pau Riba su actuación antes de lanzarse a descubrirnos Aventures de la nota La (2020), su último lanzamiento en formato largo. Que es, más allá del típico show de cantautor, algo mucho más experimental basado en abundantes ragas instrumentales psicodélicas que le han servido a Oliver para recrearse y obsequiarnos con algunas de sus influencias juveniles, desde Pink Floyd a Mike Oldfield, pasando por Dire Straits.