CRÍTICADEMÚSICA
Una Pasión de otro mundo
Aquello no era un contratenor. Era Victoria de los Ángeles cantando con su voz natural. El falsete tiene un punto aterciopelado, es como cantar con sordina, pero Mead lo hace con una libertad insólita y un lirismo propio de Schubert.
El timbre y el vibrato de un cantante son dones. Se tienen o no se tienen. Mead los tiene de una calidad lunática.
Fue lo mejor de un gran concierto dirigido por Philippe Herreweghe, un mito que ha firmado media docena de las mejores versiones de todos los tiempos de la Pasión bachiana. Estuvieron estupendos los continuistas: un órgano positivo, un violonchelo, un violone y un fagot que acompañaron con gran elegancia los pasajes sin compás de los recitativos, que son el caballo de batalla de esta obra. Se echó en falta peso en el coro en el que se canta que el hombre crucificado es el mesías y en el pasaje en el que Jesús pregunta a su padre por qué le ha abandonado.
Ahí el bajo debe fundirse y no se fundió, pero el concierto fue excelente. Hubo algunos ataques desafinados que son inevitables con instrumentos de cuerda de tripa, pero se rectificaron con gran rapidez. El Palau de la Música es un edificio muy sólido.
Solo así se entiende que no se viniera abajo cuando Mead fue ovacionado. Al salir nos lo encontramos en la calle y nos costó no decirle ‘congratulations’ para oírle contestar ‘thank you’ con una voz normal y comprobar que no es un extraterrestre. Es increíble la capacidad que tiene el mundo de asombrarnos como si fuéramos niños.