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El Quartet Casals va protagonitzar ahir a la nit el concert central del Raimat Arts Festival. - DAVID DEL VAL

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RAIMAT ARTS FESTIVAL. Intérpretes: Quartet Casals | Autor: Dmitri Xostakóvitx | Obras: Cuartetos 6, 8 y 9 | Lugar: Bodega de Raimat | Fecha: Sábado, 5 de octubre | ★★★★★

El Quartet Casals nos regaló el sábado en el Raimat Arts Festival una sesión inolvidable de belleza espantosa. Interpretó tres cuartetos de Shostakóvich, el 6, el 8 y el 9. Jamás había oído una música de cámara tan difícil. Shostakóvich da miedo. Mucho miedo. Si escuchas a menudo su música en casa, los vecinos llamarán a la Urbana para que te lleve a un sitio en el que puedan ayudarte. Es demasiado intensa, demasiado buena, demasiado potente, demasiado densa, demasiado feroz, demasiado salvaje, demasiado bella. Demasiado bella, sí, porque el lirismo que saca el ruso de una música dura hasta la crueldad te impacta para toda la vida. No se puede escuchar en casa o en el coche, se tiene que vivir en un concierto interpretado por un cuarteto perfecto como el Casals. Hay algunos en el mundo que se le pueden comparar, pero ninguno que lo supere. Verlos es un espectáculo. 

El violista (situado delante del chelo y no al revés, como es habitual) va a su bola de cara al público, como si diera la espalda a sus compañeros; la violinista tiene delante una sábana con la partitura general de la obra, no solo la de su parte, exhibiendo una agudeza visual admirable; los hermanos Tomàs parecen tocar unidos por el cordón umbilical y le dan al pie para pasar páginas de la partitura en la tablet. El violonchelo y el viola, que hacen las mismas cosas muchas veces, y las hicieron el sábado con una precisión forense, no se miraron si un solo momento en todo el concierto. Fue alucinante. Cuatro seres orgullosamente independentes que respiran como uno solo el mismo aire. ¡Y de qué manera! Detrás de cada frase hay horas, y horas, y horas, y horas de trabajo. Esa perfección no es solo cuestión de técnica y talento. También de fuerza. Hay que estar pletórico de forma física para sacar un sonido tan denso y vibrado, con tanto peso. 

Particularmente impactante fue el cuarteto número 8, construido sobre un tema de cuatro notas sacado de una abreviatura del nombre del autor (DSCH) según la nomenclatura alemana, y en el que sobresale una melodía judía. Shostakóvich adoraba la música judía porque es trágica pero parece feliz. Expresa desesperación a través del baile. Esa expresión de alegría a través de lágrimas se aproxima mucho a su ideal de lo que debería ser la música, que siempre debería tener dos capas. La suya las tiene. Y tres, y cuatro, y mil, y todas las expresó el Casals como un ser de cuatro cabezas genial. Hay en esta obra un vals espeluznante. A menudo suena en el violín un si natural, la nota distintiva de la escala de sol mayor, y en la viola un si bemol, distintivo de la escala en sol menor, y esa sensación de saber que hay una tonalidad pero no saber cuál es, más inquietante que saber que no hay ninguna, distingue a Shostakóvich. También la multitud de ambientes. En el cuarteto 6 hay inocencia deliciosa, melodías juguetonas, cadencias absurdas, climas pintorescos como de cuentos de hadas, finales sin clímax; en el 9, introspección sardónica, humor caprichoso, serenidad filosófica, audacia contemporánea, entusiasmo rítmico con acordes martilleados en pizzicato. 

El impresionante número 8 añade a todo eso ominosos golpeteos que te dejan sin aliento. Rilke dice que la belleza es terrible, Shostakóvich lo demuestra y el Casals lo ratificó el sábado en el último concierto en la formación del maravilloso viola Jonathan Brown, que en plena entrega perdió algunas cerdas del arco. Tras dos décadas en el Casals, Brown regresa a Estados Unidos. Ha sido un placer, amigo. Estamos espantados de conoceros, a ti y a tus tres admirables compañeros.

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