Supo a poco
JAZZ
★★★✩✩
Sin duda alguna, el nombre estelar que tiró de la taquilla de la pasada edición del festival JazzTardor fue el del casi octogenario saxofonista y clarinetista cubano Paquito D’Rivera. Artista prodigio infantil –se subió a su primer escenario profesional con menos de diez años–, fue una figura prominente de la música jazz y folklórica de su país, hasta que, con más o menos los treinta, decidió abandonar una gira internacional organizada por el régimen castrista y pedir asilo político en los Estados Unidos, afincándose allí desde entonces y desarrollando su carrera acogido magníficamente por algunos artistas yankies de renombre como Dizzy Gillespie o Mario Bauzá, entre otros. En su isla natal dejó huella fecunda fundando o dirigiendo diversas formaciones, como el prestigiosísimo grupo Irakere, para fusionar jazz, rock, música tradicional cubana y música clásica creando un estilo totalmente nuevo que causó sensación en los festivales de Newport y Montreux a finales de los años setenta. Desde su exilio iniciado en 1980, ha girado por el mundo actuando en los mejores escenarios y festivales jazzísticos, y ha juntado en su haber musical numerosas grabaciones propias o como colaborador y un buen número de galardones, como unos cuantos Grammys en las diversas categorías de jazz latino. Tocó en un Auditori Enric Granados observando una magnífica entrada, rozando el lleno, con aficionados deseosos de ver de cerca a uno de los históricos y comprobar si los años de profesional –casi setenta, según recordó el propio Paquito– le empiezan a pesar, tras tantísimo tiempo de aquí para allá. El caso es que a nuestro festival llegó al frente de una formación de trío un tanto exigua, flanqueado solo de dos, eso sí, extraordinarios acompañantes instrumentales, el pianista también caribeño y paisano suyo, Pepe Rivero, y el vibrafonista venezolano Sebastián Laverde, que nos hizo añorar la contundencia de otros combos de latin-jazz con más efectivos, en los que las percusiones, vientos y metales y el ritmo conjunto constituyen la base de un muro sonoro que da a este estilo su característica calidez y brillo. Quizás para dejar descansar a ratos al maestro o para, quién sabe, si darle al show un toque de proximidad mediterránea, en el elenco participó también la cantante ibicenca Ángela Cervantes, de voz versátil y facultades técnicas más que reseñables, que protagonizó la parte final del recital, basándose en su álbum Olas y arenas, registrado junto a Rivero con composiciones de la bolerista portorriqueña de ascendencia catalana Sylvia Reixach. El caso es que esta parte vocal encajada al espectáculo como un valor añadido –o no..., quién sabe, pues hubo a la salida opiniones encontradas al respecto–, a los puristas del género presentes les rechinó un poco la iniciativa y hubiesen deseado más solos magníficos de D’Rivera y sus dos acompañantes, además de la locuacidad y simpatía habituales del artista de Marianao. No cabe duda, los asistentes disfrutamos del show sí, pero sin alcanzar la plenitud musical que quizás hubiésemos deseado, sabiendo que, en otras circunstancias, instrumentistas como Reinier Elizarde, Michael Olivera, Yuvisney Aguilar o Manuel Machado, habituales con D’Rivera, podrían haber aumentado la alineación vespertina con consecuencias insospechadas.