Imaginario emocional
POP-ROCK
★★★★★★
Va a parecer una obviedad lo que voy a decir, pero asistir a un concierto de Paul McCartney es algo muy especial y, si me apuran, no haberlo intentado alguna vez en la vida resulta un fallo imperdonable para cualquier amante de la música pop en sentido amplio que se precie, fans de los Beatles incluidos, por supuesto. Verán.. Sir Paul ha cumplido este año ochenta y dos añazos, con la friolera de sesenta y cuatro como profesional, habiendo desarrollado una trayectoria plena de éxito y fama, incluyendo toda la década de los años 60 en la cual tejió, junto a Lennon, Harrison y Starr, un legado incomparable. Por obra y gracia del talento individual de cada uno y el que todos juntos llevaron a cabo bajo los auspicios del gran George Martin, seguimos disfrutando de una discografía insuperable de composiciones que siguen sonando tan frescas como el primer día. Aquel trabajo con los Beatles; la aportación con Wings, su segunda banda, en los años setenta, y el facturado, ya simplemente a su nombre, las cuatro últimas décadas, dejan claro que se trata de un músico mayúsculo al que difícilmente puede comparársele –casi– nadie en activo en la actualidad. Así que, dejando fuera disquisiciones valorativas vanas –entiendo que habrá quien cuestione lo incuestionable–, poder haber visto alguna vez a McCartney encima de un escenario es algo impagable, inigualable, inolvidable.. Después del disgusto por la anulación, a causa de la dichosa pandemia, del único concierto programado para España en 2020, hubo gente –quizás, yo incluido–, que temimos no volver a verlo nunca más vivito y coleando ni poder marcar otra muesquita de oro en nuestro imaginario de experiencias musicales vividas. Por fortuna, con el anuncio de que Macca incluiría dos citas en Madrid durante la segunda parte de su actual gira mundial, nos llegó el subidón, empezando a soñar con el nuevo encuentro que tendríamos con él, ahora sí, quizás el último. Pues bien, las actuaciones en el WiZink no defraudaron a nadie, con el divo a la altura de las expectativas, buena voz sin denotar demasiado su longevidad, y envuelto del magnífico combo que lo acompaña desde hace tanto tiempo (Paul Wickens, Abe Laborie Jr, Rusty Anderson y Brian Ray), con la única salvedad del añadido de The Hot City Horns, el vibrante trío de metales que aporta al conjunto nuevas texturas sonoras y más dinamismo instrumental. El repertorio escogido, imbatible como siempre, con tres cuartos a base de música de Beatles y el restante con canciones de su etapa post cuarteto, sonaron a gloria bendita con Paul y su gente dándolo todo ante un público como flotando por la excitación ante lo extraordinario. Dos horas y media largas de show que no decayó ni un instante y, como telón de fondo, imágenes constantes de los Fab Four en acción, proyectadas con un único objetivo bien calculado, pero absolutamente legítimo: tocar la fibra emocional. Objetivo logrado con creces.. Por siempre Paul, por siempre Beatles.