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JAZZ

★★★★✩

Este concierto que paso a comentarles podría ser, si la autoridad competente no tiene a bien remediar in extremis el problema que cuestiona su continuidad, el último que pueda reseñar de esta legendaria sala musical fundada hace casi cincuenta años y en la que, por lo que a mí respecta, como periodista o simple espectador, me ha permitido disfrutar de innumerables ratos de gozo musical, sobre todo magníficas sesiones de jazz y jams irrepetibles desde los tiempos de los Amics del Jazz y todas las ediciones de nuestro Jazz Tardor capitaneado por Josep Ramon Jové. Celebro, no obstante, que esta última cita presencial en el Antares fue para comprobar el extraordinario estado de salud de nuestro jazz, tanto el local como el catalán o el nacional, viendo de primera mano cómo no dejan de salir y darse a conocer novísimos valores, algunos extraordinarios diamantes en bruto quienes, con la experiencia práctica necesaria y un pulimento paulatino medido, seguro que acaban constituyéndose en estrellas relevantes del género. En esta ocasión, bajo tan atractiva y épica denominación, pudimos disfrutar de nuevo de varios de nuestros excelentes meritorios jóvenes, como el trombonista Dani Noguero y el saxo Pau Lladó –ya lo saben, entre nuestros preferidos de última hornada, de ámbito local–, acompañados por la estupenda y muy bien engrasada sección rítmica conformada por el contrabajista de aspecto afro Marc Sánchez, también de Lleida, y el drummer barcelonés Guillem Salles –miembros ambos asimismo del exitoso Croma Trio–, sonando todos, en conjunto, realmente bien, pese a ser su primera experiencia grupal conjunta y sin ensayos, según confesaron sin vergüenza. No obstante, si me lo permiten, querría destacar el último de nuestros descubrimientos en materia jazzística del ámbito leridano y que completaba el quinteto oficiante. Hablamos de un extraordinario pianista, de nombre Ramon Macià, a quien, aunque ya tenía bajo radar, aún no había tenido la oportunidad de escrutar en vivo y en directo. Pues eso, hablo de un músico de aparición tardía, tras entrar en la formación musical reglada seria después de abandonar su inicial vocación sociológica y que, visto lo visto y oído lo oído, tiene ante sí un esplendoroso futuro jazzístico si logra asimilar y creerse que es poseedor de un talento interpretativo innato –al parecer, también compositivo, aunque este no hemos podido comprobarlo y valorarlo todavía– y se deja ir, sin tapujos ni corsés autoimpuestos, para lograr desarrollar todo ese potencial que atesora y que apenas ha mostrado a fecha de hoy. El caso es que los cinco nos brindaron, cual relojería suiza de mecánica infalible, un espectáculo de gran calibre musical, desbordando esa chispa juvenil e intrepidez y desparpajo típicos de la gente que se inicia profesionalmente y que aspira a comerse el mundo. Se me antoja que a este quinteto le sobra hambre y que, juntos o cada uno por su cuenta –en este mundo es lo que toca, probar y progresar, sin parar–, darán que hablar pues todos atesoran grandes calidades individuales pero que, cuando se juntan –como pudimos comprobar–, pueden resultar una auténtica bomba sonora.

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