CRÓNICA POLÍTICA
La moción de censura, aviso muy serio a Rajoy
periodista
La moción de censura contra Rajoy, que coincidía con los 40 años de las primeras elecciones libres en España, no debe liquidarse como un episodio fútil o un pasatiempo. Vino a ser un ensayo de cómo puede ser la caída de Rajoy: en las urnas o en el Parlamento. El resultado estaba cantado: el candidato Pablo Iglesias cosechó solo sus propios votos –incluidos los de Compromís, que creían que era una acción precipitada y poco preparada– más los de Esquerra y Bildu, socios siempre dispuestos para operaciones de “demolición”, según la terminología de Albert Rivera. Pero sirvió para descubrir a una buena y fogosa diputada, Irene Montero, que ingresará en su día en el exclusivo club de los parlamentarios eficaces y a un Pablo Iglesias contenido, con estilo “errejoniano”, de mano tendida a los socialistas. Aunque para llegar él a presidente, antes España más bien tendría que cambiar de continente. La moción confirmó al Rajoy buen dialéctico que conocíamos, al Rafael Hernando faltón que cohesiona a sus adversarios con una sola frase y le dio al portavoz socialista de trámite, José Luis Ávalos, una cierta dosis de imagen para su nueva responsabilidad: secretario de organización de Pedro Sánchez.
Pero allí pasaron más cosas: Albert Rivera dejó claro que no solo existe Rajoy para pararle los pies a Podemos y salió sin complejos al marcaje del líder podemita, que se empeña en relacionarlo con la banca ocultando que aprobó una oposición a abogado de La Caixa entre cientos de aspirantes; pero la excelencia profesional o el éxito empresarial, como el de Amancio Ortega, lo lleva mal Podemos. Allí se reivindicó la canaria Ana Oramas como azote inmisericorde ahora de Iglesias y antes de Rufián –cuando lamentó que hubiera tanto odio en una persona tan joven– y se confirmó que el PNV de Aitor, “el del tractor”, igual recoge la cosecha del cuponazo por apoyar los Presupuestos, como puede derrapar y sumarse, si conviniera, a otra mayoría.
No se concretó nada allí mismo, cierto, pero se anunció más de lo que pueda creerse. La relación de casos de corrupción en los que el Partido Popular está relacionado, estremece. La lectura en orden alfabético de los presuntos implicados, por parte de Irene Montero, no se pronunció en vano. La macroeconomía va mejor –y se nota en el aumento de divorcios, que son los que ya estaban decididos sin dinero para afrontarlos– pero el resto se hace insoportable. Y pasará factura. Si el nuevo PSOE de Pedro Sánchez, que se quitó en las primarias los grilletes de Susana Díaz, se estabiliza en la izquierda proclamada con dos tercios de apoyo interno –su cincuenta por ciento, más el diez de Patxi López y un pico de lo que representa el extremeño Fernández Vara– recuperará voto de Podemos y cederá antiguos votantes a Ciudadanos. Rivera quizás no será Macron pero puede recibir electores del PSOE, más votantes del PP a los que avergüenza tanta corrupción sistémica. La lista de Irene Montero es preciado combustible para esos movimientos de recomposición electoral. Se escuchará en campaña como hilo musical.
Entretanto, Pedro Sánchez, más libre y más prudente que antes, sube discretamente en las encuestas, como Rivera. Rajoy e Iglesias retroceden con lo que, si se mantiene la tendencia, podríamos ir a una situación en la que la suma de socialistas y Ciudadanos se acercara a una mayoría relativa que les permitiera soñar.
Antes tienen que pasar muchas cosas, como encontrar una salida no traumática al desafío de la Generalitat, que debería representar a todos los catalanes y no actuar de motor y financiador solo de una parte, la soberanista. Ya sabe Puigdemont que con Francia no va a contar. Lo que le dijo en su día la señora Merkel a Rajoy, se lo repitió Macron el viernes en París: “el único interlocutor reconocido es España entera”. Así las cosas, no parece que vaya a pasar nada de inmediato pero los debates de la moción de censura trajeron mayúsculas sobre la corrupción y letra pequeña, que conviene leer, con un aviso muy serio para Mariano Rajoy.