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CRÓNICA POLÍTICA

Sánchez es “pata” en la mesa Merkel-Macron

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Todo cambia en política sorprendentemente y voltea el cuadro escénico. Estaba la mesa del poder comunitario europeo asentada sólidamente en cuatro patas –Alemania, Francia, Reino Unido e Italia, sin necesidad de que España sostuviera nada– y de pronto esa mesa pierde la pata británica, porque se va, y se rompe la italiana por la victoria populista. La mesa corre riesgo de caída y entonces aparece Pedro Sánchez y es invitado a sostener el invento con todos los honores: Macron lo visita en Moncloa y Angela Merkel pasa un fin de semana con él en Doñana. Lo que es la vida. “Sánchez no podía creerse algo así”, dicen sus críticos. Quizás, pero España tampoco.

La teoría de la “pata de la mesa europea” es una gráfica aportación de un hombre clave en los análisis de Moncloa, que acompañó decisivamente a Pedro Sánchez en su calvario de secretario general destronado, junto a Ábalos, Lastra, Roldán y la inestimable colaboración digital del alcalde de Jun, José Antonio Rodríguez Salas, un personaje infravalorado por el equipo de Susana Díaz. Salas, el 31 de julio pasado, intervino como invitado especial en la convención de Twitter en San Francisco ante 5.000 personas, alto honor que un español no había alcanzado antes. El político inventor de la “pata de mesa” prefiere no ser identificado porque le gusta ser de la fontanería de atrás. “Un marinerito de azul de esos que hacen posible que los de blanco se saluden en la cubierta”, como él se define.

Esta imagen de relevancia internacional de Pedro Sánchez es muy dolorosa para la oposición. Solo Felipe González la logró. Al fin y al cabo, Emmanuel Macron era y es el modelo de Albert Rivera; y Angela Merkel es del partido europeo de Pablo Casado. Anda Pablo Casado en sus primeros días de líder opositor disparando ráfagas de metralleta –acaso para que no se hable solo de su dichoso máster– en vez de usar fusil con mira telescópica. Acercan dos presos etarras desde Asturias –Rajoy los había trasladado antes desde el sur– a cárceles del País Vasco y monta un número mediático atribuyéndoselo “al pago de Sánchez por su investidura”. Aunque así fuera, debería preocuparle que Consuelo Ordóñez, hermana del concejal donostiarra asesinado y presidenta de una asociación de víctimas, salga a recordar en público que ese paso es legal. Y hasta Alberto Núñez Feijóo declara que “a mí no me gusta, pero legal es”.

Esa alianza Alemania-Francia-España, insólita en la historia europea, coloca a nuestro país en inmejorables condiciones de relevancia internacional, dado, además, que no participó en la fundación de la Europa Comunitaria. Pero con costes, claro, asumiendo un riesgo muy alto porque la crisis de los inmigrantes desembarcando en las costas españolas puede producir estragos electorales y desequilibrios internos. Esta semana pasada Andalucía, que tiene elecciones en menos de ochenta días, ya protestó, y con razón, de que soporta especialmente el peso de los menores inmigrantes mientras otras comunidades se ponen de perfil. Junto a eso, la tendencia más derechista de la política española juega a corto esperando que la presión migratoria se haga insoportable para el Gobierno de Sánchez. La tentación populista está servida. La preocupación en Moncloa es máxima pero la apuesta sigue firme. Si en la Cumbre europea del 20 de septiembre convocada por el canciller austriaco Sebastian Kurz en Salzburgo se obtiene algún oxígeno, si Alemania accede a ayudar más a Marruecos para que contenga la avalancha africana y si el verano acaba y hay menos travesías, Sánchez podrá respirar. Sin duda hay gente con mala pata. Pero de Sánchez, convertido en pata de mesa del poder europeo, no podría decirse eso. Hasta ahora. El otro frente es Cataluña. Atentos esta semana a la visita del Rey para homenajear a las víctimas de los atentados de Barcelona y Cambrils. Puigdemont, Torra y la CUP quieren boicotearla pero los dos brazos de la sociedad civil independentista Òmnium Cultural y también ANC se desmarcan. Algo pasa.

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