CRÓNICA POLÍTICA
Nos la jugamos en municipales y europeas
PERIODISTA
La política española se ha banalizado tanto –que si los masters, las tesis o los plagios, que si las descalificaciones personales y la judicialización, en vez de presentar propuestas– que emergen las municipales y las europeas como ámbito de confrontación cada vez más interesante. Las municipales porque, al final, a las gentes de Barcelona o de Madrid –que ambas ciudades han perdido valor de marca en estas últimas legislaturas– no les da igual que gobierne Ada Colau o Manuel Valls; o Manuela Carmena en vez de Ángel Gabilondo, si al final el PSOE destinara allí a su candidato a la Comunidad. Y cuidado con las elecciones europeas porque, si hasta ahora fueron secundarias y su interés solo era como termómetro electoral o lanzadera de nuevas formaciones –allí irrumpió Podemos–, esta vez la grave fractura en la Unión que rompe por el populismo (Hungría, Polonia, Eslovaquia, Italia...) imprime a la consulta un valor excepcional. Atentos a Europa porque, si algo iba mal, acaba de empeorar: Steve Bannon, el ideólogo de la campaña de Donald Trump, se ha instalado en Bruselas e impulsará en el monasterio de Trisulti (Collepardo), a 130 kilómetros de Roma, una universidad de políticos populistas ultraconservadores en colaboración con sectores vaticanos anti-Papa Francisco. Parece todo una ficción, pero desgraciadamente esta es una información contrastada.
No es que lo que suceda en la política nacional o autonómica no importe, pero el panorama es bastante desolador. Hemos pasado de un gobierno inactivo a otro que toma decisiones pero rectifica enseguida la mitad de ellas. Hemos convertido las comisiones de control e investigación parlamentarias en un show televisivo, como el protagonizado hace unos días por Gabriel Rufián,
Aznar y Pablo Iglesias; por lo menos este último se había leído los papeles. A saber qué beneficios obtendrá Esquerra Republicana de las intervenciones de Rufián salvo su protagonismo que le servirá para pasar del escaño a los platós, “o del combate de ideas –se preguntaba Antoni Puigverd en La Vanguardia– al combate de egos que caracterizan las redes sociales”. Entretanto, Aznar, en aquel bronco debate, salió vivo y hasta reforzado entre sus partidarios.
En el exterior nos va mejor, sin duda, porque el cambio del ministro Dastis por Borrell ha activado las embajadas que antes estaban mudas observando impertérritas los paseos de los portavoces secesionistas que predicaban que España no es una democracia. El propio Carles Puigdemont fue a un colegio de estudiantes en Harvard a decirles que esto es como Turquía. Y el exterior le va mejor al Presidente Pedro Sánchez, porque en las cumbres europeas es alguien, ya que Macron y Merkel lo necesitan. Empieza ahora una gira por Montreal, Nueva York y California, apalabrando un viaje a Cuba, 37 años después de la visita de Felipe González. Si por él fuera, estaría siempre en un avión.
Como los jóvenes líderes están en el regate corto y sin ninguna trascendencia, para hablar de problemas de fondo –la posible reforma de la Constitución después de 40 años– hay que acudir a los viejos rockeros, como demostraron el pasado jueves Felipe González y José María Aznar en un excelente coloquio organizado por El País.
Felipe es un reformista que deja claro que “la Constitución no es de plastilina, pero no debe ser tampoco de piedra granítica” y se desmarca de los inmovilistas y de los “liquidacionistas que creen, como Jefferson, que cada generación debe tener su propia Constitución”. Para sorpresa de los 150 privilegiados que estábamos allí, Aznar se avino a participar en ese diálogo si es estratégico y si se respetan las reglas del juego, no sin advertir que sería mejor resolver antes lo de Cataluña. Pero algo se movió. Deberían tomar nota los jóvenes líderes que prometían cambiarlo todo, y que no salen de la trifulca por liderar la derecha unos y la izquierda otros, mientras del problema de fondo han comenzado a hablar, sin su participación, los veteranos del Régimen del 78. Apúrense.