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Cataluña o el riesgo de ser Bélgica

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Jordi Pujol soñaba con una Cataluña similar a una “Dinamarca mediterránea”. Artur Mas dio un salto del catalanismo al independentismo y Carles Puigdemont avanzó hacia una declaración unilateral de independencia que nos llevaba a una Cataluña aislada, fuera de Europa, lo más parecida a Kosovo. Sus propagandistas, para dulcificar esa imagen, cambiaban Kosovo por Eslovenia, donde, por cierto, hubo 74 muertos en su proclamación de independencia. Y ahora, después de pasar por Quebec, Escocia y Lituania, aparece Bélgica en el horizonte. Mal futuro. Si no se remedia, vamos hacia ahí, en opinión de los expertos.

El jueves pasado, en el Rectorado de la Universitat de Lleida, con Roberto Fernández (Presidente de la CRUE) como anfitrión, se celebró el tercer encuentro Hablemos-Parlem, que impulsa Sociedad Civil por el Debate. Dos docenas de personas –profesionales del periodismo, la ingeniería, psicología, arquitectura, farmacia y el derecho llegados desde Girona, Coruña, Valencia, Barcelona, Madrid, etc.– buscaron las claves del conflicto y posibles caminos hacia la convivencia. Certeros análisis con un titular aportado por Xavier Vidal-Folch: después de un año de mucha tensión, “ha resucitado la vía política”. Y para ello, cuidado con simplificar: atentos a la textura de la sociedad catalana (más de un millón dispuestos a desfilar en la Diada; casi cien mil activos entre antiguos “rojos desencantados” y jóvenes estudiantes y, como guinda, un millar de militantes en los Comités de Defensa de la Republica, a los que se suman los antisistema dispuestos a amenizar cualquier desorden, a ser posible violento). Construir mensajes adecuados para cada grupo parece imprescindible, aunque algunos no quieran dialogar. Y hay que difundirlos en unos medios de comunicación, como pidió el articulista Antoni Puigverd, que favorezcan la “desinflamación” por lo sucedido en octubre de 2017; que “no estigmaticen el independentismo como violento, porque no lo es”.

Por ahí iba el debate, cuando Lluís Bassets, tras afirmar que “la independencia a corto plazo ha fracasado”, advertía del riesgo de que cristalicen las dos comunidades que se muestran enfrentadas en Cataluña, cada una con su bandera y su lengua. La idea de “un solo pueblo” clamando unánime por la independencia, y maltratado el 1 de octubre en penosas imágenes que dieron la vuelta al mundo, la desmontó una semana después un millón de personas en la calle advirtiendo que no hay una Cataluña, sino dos. Solo faltó, dos meses después, la sátira de Tabarnia pidiendo la independencia de Barcelona y Tarragona para ser comunidad autónoma española si la independencia llegaba. Una broma muy seria.

Aunque las televisiones no lo reconozcan y TV3 incluso uniforme de amarillo al público de algún programa, el clima diario es más respirable ahora que hace un año, se concluía. Pero las dos comunidades están ahí latentes y eso nos puede llevar a Bélgica, donde flamencos y valones, con lenguas distintas, se reparten incómodos aquel pequeño país. También se definió el riesgo de posible “ulsterización” pero se descartó enseguida. Hay enfrentamiento perceptible, pero la imagen va más hacia Bélgica. En la reunión de Lleida advirtió de eso el periodista Jordi Amat, autor del libro La conjura de los irresponsables, en referencia a los que programaron desde la Generalitat y el Parlament el procés y los hechos políticos del pasado octubre. Mientras se buscan salidas para el conflicto, el bloque independentista se cuartea. El Parlament cerrado todo el verano en una decisión de rasgo autoritario de mal presagio, se bloqueó por horas esta semana y solo en el último momento se restableció una paz muy frágil: hay que aguantar como sea hasta el juicio contra los encarcelados. Convocar ahora elecciones sería de risa: van tres legislaturas seguidas de dos años y solo faltaría que esta durara la mitad de la mitad. A ver lo que viene, pero, oigan, la ironía es que Puigdemont ya esté en Bélgica.

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