CRÓNICA POLÍTICA
Esta crisis pasa factura a los liderazgos
periodista
Si España no repite elecciones en noviembre nos ahorraremos 300 millones de euros, seis meses de parálisis y un ridículo internacional. La opereta nacional representada por los jóvenes políticos que quieren dirigir el país nos ha hecho perder mucho crédito, externo e interno. En las últimas semanas ya se daban las elecciones por inevitables. “La urna electoral en este consulado la tenemos limpita y lista para la repetición”, afirmaba una diplomática española destinada en América.
Si esta semana hay Gobierno nos ahorraremos dinero, parálisis y descrédito; como país. Ellos, los dirigentes políticos, evitarán males mayores. Pablo Iglesias podría quedarse con la mitad de sus diputados; de ahí la intranquilidad de los diputados supervivientes, y sobre todo de los nuevos, en su grupo parlamentario. Y aún peor: se expone a que Íñigo Errejón, que quiere extender su formación Más Madrid a toda España con la marca Más País, reaparezca en el Congreso en extraña alianza con la dirigente andaluza Teresa Rodríguez. Albert Rivera podría comprobar en números rojos la impresión de retroceso que ofrecen bajas muy cualificadas en Ciudadanos de dirigentes y personas influyentes que creen que erró la estrategia de competir por el liderazgo de la derecha en vez de convertirse en un sólido partido bisagra con áreas importantes de poder. El Partido Socialista ganaría escaños, según algunas encuestas, pero es muy arriesgado adivinar los riesgos del cansancio electoral. Solo Pablo Casado podría resultar beneficiado, en parte, porque es difícil retroceder más; pero también porque su discreción en estas semanas alocadas le está beneficiando. Paradójicamente, el Partido Popular y Esquerra Republicana han sido las fuerzas más comedidas hasta el punto de que, ante la proliferación declarativa de los dirigentes de Podemos, PSOE, Ciudadanos y el siempre omnipresente Puigdemont, el inefable Gabriel Rufián aparece como un dirigente moderado y responsable.
Cabe suponer que habrá Gobierno esta semana, aunque la capacidad artística de Iglesias nunca debe darse por agotada. El viernes pasado sorprendió con una retirada táctica a cambio de colocar a varios ministros en el Gabinete. Ahora puede venir un conflicto por las carteras y por los nombres de los designados. Habrá tensión hasta el final. No lo duden.
El espectáculo inconcluso de formar Gobierno ha relanzado ideas muy interesantes sobre cómo reformar la ley electoral para que todo esto pueda evitarse, o al menos minimizarse. Que no puedan repetirse las elecciones más de una vez en un período de tiempo, por ejemplo. O que se imponga una segunda vuelta si nadie supera el cuarenta por ciento del voto en la primera. O incluso que, ante la ausencia de acuerdo, que gobierne la lista más votada. Alguna fórmula acertada será siempre mejor que lo que tenemos; a saber, un sistema diseñado para el pacto que bloquean unos políticos que, casi siempre por intereses personales, se niegan a pactar, con graves perjuicios para el país.
Entretanto, las asignaturas pendientes de las elecciones autonómicas se van aprobando. Murcia ya se cerró tras el pacto PP, Ciudadanos y Vox, lo que allana el camino para resolver Madrid. Pero todavía quedan La Rioja –con mayoría de izquierda después de 26 años que echará a perder una intransigente dirigente de Izquierda Unida– y Navarra, siempre espinosa y siempre clave. La impresión es que Vox ha ido imponiendo sus programas y el PP y Ciudadanos aceptándolos a pesar de sus proclamas.
Estas elecciones múltiples –nacionales, municipales, autonómicas y europeas– han desnudado a los dirigentes que a la hora de pactar han tenido que comerse sus propias promesas y aceptar retrocesos en los programas, lo que nos conduce a un país menos progresista. Eso ya parece claro. Está por confirmarse que de aquí salen unos liderazgos muy tocados. Iglesias no es el que era y Rivera tampoco. Sánchez dependerá de sus resultados operativos. Solo Casado y Rufián recuperan. Pero aún queda partido por jugar.