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CRÓNICA POLÍTICA

Hay dos Españas: la próspera y la pobre

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Como si la semana no hubiera sido intensísima, el sábado y domingo Pedro Sánchez reunió a sus ministros en ejercicios espirituales sobre el futuro, en una finca pública, la favorita de Aznar. Todo está en revisión, y conviene que así sea.

¿Política exterior? Pues en vez de conformarse con cubrir el hueco dejado por los británicos en la mesa de decisiones europeas –con Francia, Alemania e Italia–, mejor programar alianzas cambiantes, según los asuntos, con ensayo bilateral italiano. Al fin y al cabo, el drama en el Mediterráneo impacta sobre todo a los países de llegada de la emigración africana aprovechando la descomposición libia. Ante decisiones de la Europa del norte que castigan a la del sur, nuevas alianzas.

El otro frente de actuación en las “transformaciones” que propone el Gobierno afecta al ámbito de la profunda desigualdad heredada de la crisis económica, una rueda de molino atada al cuello del país para frenar su desarrollo. El relator de Naciones Unidas que ha recorrido España en 12 días, Philip Alston, ha sido rotundo en sus conclusiones: “España es el cuarto país más rico de la Unión Europea. Puede hacer mucho en materia de extrema pobreza y derechos sociales, pero ha decidido no hacerlo. Los políticos españoles han fallado a los más débiles.” No se puede ser más gráfico. La cuarta parte de la población española y casi el 30 por ciento de los niños están en riesgo de exclusión. El relator, un profesor australiano que vive en Nueva York, ve una incongruencia tremenda en que los índices de pobreza no se correspondan con el nivel económico de España. Alston ve fractura en el sistema de protección social. Ese es el gran desafío español: resolver el drama de las dos Españas, la próspera y la pobre. La llamada de atención es oportuna, y hasta dramática, para un país en el que los dirigentes políticos y los medios de comunicación, salvo excepciones, debaten solo sobre materias marginales y superficiales de la política. Apenas nunca sobre estos asuntos cruciales. El presidente catalán Quim Torra no se sale del disco rayado de la autodeterminación, mientras un nacionalismo español rancio crece vigoroso bajo su estímulo. Pedro Sánchez ha ido a Barcelona “a hablar de todo” con gran alteración de la derecha, sobretodo la mediática, que divisa traiciones y rupturas de España cada mañana. La única fractura seria de España es la social. La otra, la de la independencia de algún territorio, como Cataluña, no es nada probable que suceda. La esperanza de quienes la propugnan está en la cerrazón del nacionalismo español autoritario. Tender la mano y ofrecer diálogo, traspasando competencias razonables, pero sin ceder lo esencial, es lo más temido por los independentistas que crecen, como la ultraderecha española, alimentados por el enemigo exterior.

Mientras esto sucede, en los partidos hay recomposiciones y purgas: de Podemos puede desgajarse la facción Anticapitalista comandada por la andaluza Teresa Rodríguez, disconforme con la presencia de “ultraliberales” en el Gobierno; señala con el dedo al titular de Seguridad Social y a las ministras de Exteriores y de Economía. Entretanto, en el PP prosigue la purga silenciosa de cualquier marianista-sorayista superviviente, como el vasco Alfonso Alonso. En el PSOE, críticas ácidas a Sánchez de algunos barones. Es lo que hay.

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