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CRÓNICA POLÍTICA

España no va bien, pero al menos va

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La frase más interesante de esta semana ha pasado casi desapercibida: “Tenemos que quitarnos todos el cuchillo de la boca para poder hablar, porque si no, sólo se oirá el silbido de la navaja”, dijo Felipe González en un acto relevante, ya que estaba presente el también expresidente José María Aznar. Es un retrato de la política española, cada vez más polarizada entre partidos, y, además, dentro de cada uno. Véase el Partido Popular, Ciudadanos y algunas organizaciones de Podemos. En el PSOE hay calma chicha, básicamente, porque está en el poder y eso serena mucho. Los elogios en el último Comité Federal de la líder andaluza Susana Díaz a la política de Pedro Sánchez frente a Cataluña son la mejor prueba. España no va bien porque con esa tensión política y verbal será difícil alcanzar consensos para reformar asuntos clave que el país reclama: una ley de Educación estable, o una consolidación del amenazado sistema de pensiones, entre otros asuntos. A no olvidar una nueva ley electoral que facilite la elección de gobiernos sin acrobacias o repeticiones electorales extenuantes. Aquí no hay segunda vuelta, como en Francia, ni gana el más votado en la primera, como en Panamá. Tenemos una segunda vuelta parlamentaria y alcanzar una mayoría de la mitad más uno de los diputados es un calvario que exige alianzas rocambolescas. Y si toda esa operativa se hace con cuchillos en la boca, se explica el desasosiego popular ante el clima político que se respira.

Podría decirse que España no va bien; pero por lo menos España va. Ya es algo. Superamos la parálisis de gobiernos débiles, o “en funciones”, del último lustro y se avanza tímidamente. Hay una presencia exterior más activa y apariencia de actividad interior. La Mesa negociadora iniciada en Moncloa con una representación catalana puede que sea sólo una performance, como afirma Felipe González frente a la opinión de Aznar: “El solo hecho de celebrar la reunión es devastador.” Pero sin diálogo, sabemos que el independentismo crece. Pasan más cosas porque, quizás para contrarrestar el efecto mediático de esa Mesa, el Gobierno desembarcó en La Rioja para hablar de los problemas de la España despoblada. Que no quede en gestos esperanzadores.

Crecen los malos augurios económicos globales por el coronavirus –aún no es posible saber cuánto hay de epidemia y cuánto de histeria– y las tensiones preelectorales en tres comunidades: Galicia, País Vasco y Cataluña. En Galicia la incógnita es si repite mayoría absoluta el popular Núñez Feijóo frente a lo que él llama “el minifundismo partidario” que encabezará el socialista Gonzalo Caballero. Feijóo, en Madrid, en presencia de Pablo Casado, presentó una enmienda a la política energética de Sánchez que “liquidará la central térmica de As Pontes y la planta de San Cibrao que hunde una comarca de Lugo”; y lanzó un dardo sobre lo que ve en España “que ni me gusta, ni me siento representado”. Tomen nota.

A Iñigo Urkullu le ha venido muy bien la defenestración del moderado Alfonso Alonso para tapar por unos días el fiasco del vertedero tóxico de Zaldíbar. Y lo de Cataluña, va, como siempre, de enfrentamiento fratricida en el independentismo. Puigdemont, que llenó un estadio en Perpignan, contra Junqueras, mediante sus testaferros Torra y Aragonés. Aún no hay fecha, pero sí guerra.

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