CRÓNICA POLÍTICA
El año 2022 se acaba, pero el mundo no
Al fragor de las notarías, abiertas hasta las campanadas de fin de año para firmar documentos de urgencia, se suma un frenesí político e institucional en cualquier latitud para entrar limpios en 2023. En las noticias de estos días, se condensa esa especie de aceleración compulsiva de la historia. En China se ha archivado por fin la absurda política de “Covid Cero” que tenía a millones de personas encerradas en fábricas y viviendas minúsculas con la obsesión de mantener un titular –“ni rastro de la pandemia”– aunque el personal pudiera morir por ello de hastío o en cualquier enfrentamiento con la policía si protestaba.
En Perú, el inefable Pedro Castillo, maestro de escuela, de luces muy limitadas, pasó en tres horas de presidente a presidiario después de leer unas cuartillas, sujetadas con manos temblorosas, para disolver el Congreso, que se disponía a votar la tercera moción de censura en poco tiempo. Atentos: Castillo gobernó año y medio y nombró hasta cincuenta ministros en un ridículo aquelarre de desgobierno y corrupción. Quienes por afinidad ideológica lo apoyaron en algún momento –por ejemplo, Podemos en España– también aspiran a que con el nuevo año se olvide semejante despropósito.
La oposición española a Pedro Sánchez lo compara con Castillo. Manifiesta agonía argumental.Entretanto, en Argentina, aprovechando que el país no vive más que para la gloria que le pueda deparar su selección de fútbol en el Mundial, los jueces se atrevieron a condenar a seis años de cárcel a la todavía vicepresidenta Cristina Kirchner. Cristina sufrió recientemente un atentado de opereta, con pistola encasquillada y pruebas borradas a posteriori.
A pesar del furor futbolístico, hubo protestas y algunos políticos, entre ellos el expresidente Zapatero y la vicepresidenta Yolanda Díaz, acuden a Buenos Aires a mostrarle su apoyo. Su caso, más que político, es emocional; saben bien esos atrevidos jueces que, si en la tanda de penaltis contra Países Bajos, Argentina no se llega a clasificar, ellos, además de Messi, hubieran corrido peligro de muerte. Y Zapatero por allí.
Menudo tango.Mientras, en Alemania, la policía detuvo a peligrosos miembros de la organización Ciudadanos del Reich que pretendían asaltar el Congreso y liquidar –físicamente, si fuera necesario– al gobierno constitucional. Que se acaban las chanzas sobre los golpes de estado en África, o en repúblicas bananeras. Esto pasa en Alemania, liderado todo por un aristócrata nazi, autodenominado Príncipe de Reuss, que quería inscribir su nombre junto a patéticos golpistas como Tejero en España o el mismísimo Donald Trump.
Y, apurando fechas de diciembre, Moscú y Washington acordaron un cambio de prisioneros: la baloncestista Britney Grinner, de la NBA, por el traficante de armas ruso –y seguramente agente secreto– Viktor Bout. A esa catarata de noticias que sobrecoge al mundo, súmenle las tragicomedias nacionales. En España, por ejemplo, se celebró el 44 aniversario de la Constitución democrática al que no asistieron Vox (a una parte al menos), ni los nacionalistas.
O sea, nacionalistas todos. Sí estuvieron, menos mal, PSOE y PP, pero para acusarse mutuamente de incumplir la Constitución. Disco rayado.Por suerte, la ciudadanía, en casi todas partes, se muestra serena y garantiza la estabilidad que políticos, jueces y medios le niegan.
Nos lo resumía en una pregunta el dueño de un restaurante de un pueblo en la sierra de Madrid: “¿Cómo se explica que la radio y la televisión digan que esto va muy mal, si yo lo veo cada vez más animado?”. Esperen, que el año aún no ha terminado.