CRÓNICA POLÍTICA
Una riada de poder en manos de Núñez Feijóo
España ya es un mar azul municipal (azul oscuro a ratos) con islas rojas socialistas, más numerosos islotes nacionalistas en Cataluña, País Vasco y Galicia. El poder acumulado por el Partido Popular es inmenso: treinta capitales de provincia sobre cincuenta, más Ceuta y, pronto, Melilla; súmenle además otras ciudades importantes sin capitalidad, Cartagena o Ponferrada, por ejemplo. Menos éxito en Galicia, la tierra de Núñez Feijóo, paradójicamente, donde sólo gobernará Ferrol y una inmensidad de pueblos pequeños al haber obtenido mayoría absoluta.
En Galicia no hay Vox, por lo que el PP no tiene con quién pactar para gobernar ciudades grandes. El otro gran vencedor de las municipales es Bildu: en el País Vasco con más de cien alcaldías y otras treinta en Navarra. Es primera fuerza en muchas otras localidades y capitales.
Pero le ha puesto freno el acuerdo entre socialistas y nacionalistas del PNV, apoyado en algunos casos por el PP. Gracias a ello, Bilbao y San Sebastián no tendrán alcalde de Bildu sino del PNV y Vitoria estrena alcaldesa socialista, Maider Etxebarría.La hegemonía popular –el gran cambio de la política española– llega en tres oleadas de desembarco: la primera, la brigada de miles de alcaldes y concejales; a continuación llegará la de presidentes de Diputación, Juntas y Cabildos, o sea, los gobiernos provinciales e insulares; y la tercera, con más poder aún, los gobiernos autonómicos.Adelantándose a esos plazos, el PP valenciano aceleró su acuerdo con Vox; nadie ha explicado por qué. Núñez Feijóo tiene motivos para estar muy molesto.
A diferencia del murciano Fernando López Miras, que está a dos diputados de la mayoría absoluta y le mantiene el pulso a Vox y a su excéntrico candidato, en Valencia firmaron un acuerdo que ha sacado los colores al PP nacional. Evitaron al cabeza de lista de Vox, Carlos Flores, un condenado por maltratar a su exmujer, aunque enviándolo al exilio dorado del Congreso en Madrid; pero han colocado como vicepresidente y consejero de Cultura a un extorero, Vicente Barrera, lo que haría las delicias del cineasta valenciano Luis Berlanga si reviviera. Se puede ser torero, futbolista o cantante y después político al máximo nivel; sobre todo con preparación.
Barrera es licenciado en Derecho y empresario. Más datos: según publica Jordi Évole en La Vanguardia, Barrera, el flamante vicepresidente de la Generalitat valenciana, consultó en sus redes sociales el nombre para su nuevo caballo: dudaba entre llamarle Caudillo (por Franco) o Duce (por Mussolini). “Son lo que son y no lo esconden”, comenta un integrante del gobierno de Ximo Puig, desalojado del poder por el hundimiento de Podemos.
La reacción a lo de Valencia exigió declaraciones de la dirección del Partido Popular, Núñez Feijóo incluido, para reiterar su compromiso con la defensa de la mujer. La lectura de los acuerdos valencianos, calco de los de Castilla y León de efectos ya conocidos, alarma. Quizás por eso el PP apoyó en Barcelona la elección del socialista Jaume Collboni evitando una alcaldía independentista.
Cuando asoman rasgos de “partido de Estado”, se agradece.Vienen tiempos difíciles, no por la alternancia en el poder, normal en democracia, sino por la exigencia desaforada de los “complementarios imprescindibles”. El fantasma de Finlandia estremece: gobierno conservador con la ultraderecha euroescéptica que solo ha aceptado el desbloqueo tras 70 días de negociaciones si se le entregaban siete carteras ministeriales, entre ellas Economía, Finanzas, Justicia, Interior, Sanidad y Asuntos Sociales. O sea, casi todo menos Exteriores y Defensa.
Por el poder, se cede.